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Es verdad que la lluvia crea escenarios tanto posibles como imposibles. Todo depende de la mente y del ojo que imagina a partir de vistas breves. Donde unos ven encharcamientos que amenazan con ahogar autos, y gente; otros ven mareas indomables listas para ser atravesadas con balsas citadinas. Donde otros sienten molestia por la humedad pegajosa cubriendo las piernas, otros experimentan en el apartado dulce del estómago, la urgencia por el pan, el chocolate, las galletas.

Para las mentes que imaginan, como la mía, la lluvia pudiera parecerse a la sensación de un abrazo apretado y acuoso proveniente de un cuerpo ausente; sólo existen los brazos. Recorren partes de la ciudad en un intento por abarcarlo todo y fracasan porque los brazos de lluvia son a veces delgados, a veces gruesos. A veces llegan, a veces no. Se les espera cuando más se necesitan y se rechazan cuando ya hemos tenido suficiente; como los abrazos, te digo.

En “La lluvia es real”, del autor Anacleto Soriano, estamos frente a un relato que vive entre lo posible y lo imposible, lo mágico y lo real, la sonrisa y la decepción. Admito que el guiño más importante, o el giro de tuerca, es fino, bien creado, sutil, efímero. Como la lluvia, como los abrazos.

Como testigos, estamos en una habitación donde James, un escritor viejo, está en la batalla del proceso creativo. Camina de un lado a otro, se detiene en lo infinito de una gota en la ventana porque afuera llueve, vuelve a su librero, sube la escalera paralela y coge un libro, toma apuntes, toma un sorbo de té, está en su arte y la lluvia, presente y constante, le aplaude con sonido desde afuera.

Alguien toca la puerta interrumpiendo al mismo tiempo el ritmo de la escritura y el ambiente se rompe. James abre la puerta y recibe tres disparos en el pecho. El atacante entra, lo revisa todo y por un instante pareciera recibir una invitación a quedarse, a continuar lo que James hacía. Mira el cuaderno y las notas le parecen fascinantes, lo lee, se maravilla y se lleva el cuaderno. Afuera llueve aún.

Un auto lo espera y al entrar en él recibe una pregunta sobre el éxito de la misión. “Lo tenemos”. Por fuera la lluvia comienza a ceder y todo se aclara, literalmente. No hay auto, no hay muerte, no hay una habitación de ensueño literario, no hay una taza de té humeante, no hay un James ni un atacante que lo mate para conseguir su cuaderno, ya no hay nada. ¿Qué hay? Un niño que imaginó y creó lo posible durante la lluvia.

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