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Nadie me enseñó a tener un amor por el pasado. Quizás lo heredé de la vena que une a dos familias donde, entre alegrías y bendiciones, siempre hubo espacio para un poco de nostalgia. La nostalgia suave, amable, que no hiere ni pesa en el alma. La nostalgia que da calor al interior, que te eriza la piel, que te hace pensar en un tiempo al cual no perteneciste, pero que quisieras reproducir.

Almas viejas, dicen por ahí. El cocinar lento, hacer todo con las manos sintiendo que te quedas en ello, la simpleza dura de vivir al día, el ruido discreto alrededor de una vida sin prisa donde los sonidos se reconocen como cercanos y donde las distracciones son programadas en la tele a dos colores y la imaginación estimulada al oído mediante ondas de frecuencia modulada. No son mis tiempos, pero los anhelos.

En “Los tiempos del esplendor”, cuento de la autora portuguesa Lídia Jorge, estamos frente a la narración de una historia que se anuncia como deleite descriptivo. Marina Pestana, quien narra, nos lleva de la mano para enseñarnos el universo de la casa que habita y su percepción de lo que la rodea con sus cinco años de experiencia sobre la Tierra.

En un tiempo pasado sin fecha exacta, sabremos ubicarnos en la maravilla de una casa de posición social elevada. Escuchamos el ruido de las vajillas, miramos lo largo de los pasillos, notamos lo grande de las habitaciones, los estanques en los jardines privados, la belleza de la madre, la frialdad del padre y la soledad de la niña. El conjunto, en sí, es un universo de nostalgia y complejidad.

En la historia pareciera no ocurrir mucho porque el conocimiento de Marina es limitado. Ubica perfectamente cuatro elementos: las labores de las criadas, el cabello largo y trenzado de la madre, su jardín, y el hecho de que su padre, quien la ignora, es profesor de latín.

Si bien la naturaleza del relato es triste, existe también una exaltación del entorno en el que se vive. La comodidad, el privilegio, el sueño de ser vista, abrazada y escuchada, las costumbres alrededor de la familia y el ritmo apacible de la vida de antaño, de “los tiempos de esplendor”.

En palabras de Marina, con sus cinco años de sabiduría, si decidiéramos mirar hacia el pasado o el futuro, es recomendable priorizar el primero porque es un espacio seguro, se visita con calma y confianza; no supone un peligro para la mente. “Es necesario tener cuidado, pues a partir de pasado mañana, el futuro ya deja de tener sentido”.

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