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Las historias donde los sentimientos de tal o cual se ven lastimados, despiertan una serie de pensamientos por demás variados. Queremos justicia, queremos que el herido sane, queremos que el malo obtenga lo que merece, que un triunfo reine sobre quien lo necesite y que las cosas, de acuerdo a nuestra particular forma de ver la vida, se resuelvan en un orden que humanamente consideramos justo.

Cierto es que esto es más fácil de lograrse en el mundo de la ficción porque quien escribe o quien crea, tiene la capacidad de hacer justicia por todos aquellos cuyas historias han quedado incompletas, sin final feliz, sin ganar algo. En el tiempo real, ese que transcurre llenándose de historias latentes, poco podemos hacer para controlar lo equitativo, la justicia.

“El navaja”, cuento del autor Vladimir Nabokov, habla sobre la suerte de la vida, de las circunstancias perfectamente acomodadas y de los caprichos del tiempo. Para presentar su historia, hace uso de una narración lineal con saltos necesarios al pasado manteniendo una perfecta armonía entre lo que es estrictamente vital saber, y lo que podemos inferir con apenas algunas oraciones. Lo que quiero decir es que trata de un cuento perfectamente bien construido, tanto en fondo como en forma. Un deleite.

“El navaja”, es el apodo que se le dio a Ivanov durante sus tiempos en el ejército. El porqué, radica en los múltiples cortes que lleva en la cara de tal forma que es imposible mirarlo sin intentar buscar explicaciones a lo que le pasó. El tiempo, como guiño de la historia, lo lleva a un futuro en donde después de la guerra trabaja como barbero.

Un día, estando absolutamente solo en su local, entra un cliente quien, tras un “aféitame, por favor”, desencadena una circunstancia maravillosa: la apropiación de la venganza. El cliente había capturado y torturado a Ivanov años atrás, y ahora El navaja lo tenía a su merced, en su silla, con la navaja en los dedos y la mano firme.

Con calma y poder, Ivanov se dirige al cliente para recordarle los hechos, éste, desde que oye las palabras de El navaja, cierra los ojos y no los abre durante toda la escena. Ivanov le da un recuento de lo que le hizo y de lo que sufrió al mismo tiempo que pasa la hoja fría de la navaja por su cuello y específicamente por la carótida. El cliente, petrificado de miedo, cierra los ojos y espera el corte; su fin.

“Ya está listo. Ya tengo bastante”. Lo deja ir, lo obliga a salir. ¿Venganza? ¿Final justo? Final humano.

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