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Hemos perdido el control del tiempo. Lo sé porque los días, aparte de transcurrir con una velocidad impresionante, ahora intentan comerse a los días próximos, a las semanas que no han llegado y a los meses que todavía no se nombran en el calendario de nuestro cotidiano.

La primera muestra de esto fue cuando los difuntos llegaron más rápido de lo previsto y cuando la preparación de su recibimiento significó apenas un instante, una comida rápida, un masticar, pero no disfrutar. Un pib express. Un abrazo de esos flojos, como aguados, que das al aire sin apretar al cuerpo. Luego vino la disculpa por no haber tenido eso, precisamente el tiempo, para recibirlos como Dios manda. Me faltaron las mandarinas, no tuve tiempo. El estoraque fue mínimo, lo que sobró del año pasado que encendió entre telarañas y polvo, no tuve tiempo. De tres comidas para los abuelos, hicimos una gran cena en un intento de negociar la falta de las otras dos porque, de nuevo, no tuvimos tiempo.

Y ojalá la cosa se quedara ahí. Ahora las luces, el pino, los suéteres en las tiendas y los regalos pendientes están parados en la puerta sabiendo que llegan temprano y que no han dado ni tiempo de que los muertos se despidan de nosotros. Los otros, pacientes y atemporales, siguen recorriendo las casas en busca de sus imágenes y danzando con un aire que todavía les nombra pero encontrando en cambio, que el altar se quitó a los dos días y que, aunque a sus familiares todavía les sude la nuca, están listos para ponerse el suéter.

Tendríamos que parar, detenernos tantito. Ya lo dijo Benedetti en su poema Tiempo sin tiempo. “Necesito ese tiempo que otros dejan abandonado porque les sobra o ya no saben qué hacer con él”, “preciso tiempo, el necesario para chapotear unas horas en la vida y para investigar por qué estoy triste y acostumbrarme a mi esqueleto antiguo”, “tiempo para esconderme en el canto de un gallo y para reaparecer en un relincho y para estar al día, para estar a la noche, tiempo sin recato y sin reloj. Vale decir, preciso, o sea necesito, digamos, me hace falta, tiempo sin tiempo”.

Necesitamos tiempo, ir despacito. Darle el respeto que merece al día que transcurre y ocuparnos del que viene con el nuevo sol y las horas nuevas. Si no, podríamos perderlo todo: el sentido, los días, los instantes. La suerte mágica de saberse seres presentes sin mañana y con un pasado que sirve de adorno, de retrovisor señalando todo lo que hemos pasado sin ver, sin tiempo.

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