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Es posible que diferentes realidades existan al mismo tiempo dentro de una gran realidad. No solamente es posible, es así. Cada estado, cada ciudad, cada pueblo y cada casa son universos completos habitando en espacios determinados, a tiempo grandes, a tiempos pequeños. ¿Lo que ocurre adentro? Una suerte de todo.

Y tal pareciera, que las alegrías o desgracias vienen condicionadas con respecto al espacio. No es una ley, por supuesto. Pero la mayoría de las veces se presenta como un patrón; de esos que duelen, de esos donde los espacios parecieran oportunidades para llover sobre lo mojado.

En “Es que somos muy pobres”, cuento de Juan Rulfo, estamos frente a un relato que comienza con la descripción de un suceso particular y que luego da lugar a una serie de eventos que giran alrededor de lo que sucede. Es como mirar un pedacito de fotografía donde la imagen, aún limitada, cuenta una historia definida. Y es también, como si al mismo tiempo, tuviéramos la oportunidad de ver la fotografía completa y entendiéramos cómo todo se conecta, y cómo cada parte vive en relevancia.

Dentro de la historia, nos ubicamos en un pueblo sin nombre, con pocas familias y un río grande cerca de todos. Llueve. Llueve tanto que el río ha comenzado a desbordarse y promete con su fuerza incontrolable llevarse, entre raudales, todo cuanto se encuentre a su paso. Objetos, animales, personas.

De quien narra, conocemos solamente el hecho de que tiene una hermana, Tacha. Y Tacha, a su vez, ha perdido a su vaca. Todo indica que, al cruzar el río, la vaca se ha ahogado. Alguien, también sin nombre, dijo que probablemente la vio patas arriba y luego la vio desaparecer. Este, es el fragmento de la foto.

En la fotografía completa, vemos lo que significa la desgracia de haber perdido a La serpentina, la vaca.

Como marco principal, aparece la muerte de la tía Jacinta días antes, como segundo plano, el hecho de que la cebada recién cortada y en proceso de secar, se ha perdido con tanta lluvia sobre ella y ya no se puede rescatar.

En tercero, como un hilo que urde los sucesos anteriores, tenemos a La serpentina que era la última esperanza de Tacha por encontrar un buen esposo, su único patrimonio y también la posibilidad de que no se fuera, como sus otras hermanas, a vender su cuerpo.

En una narración sublime, y sin un final aparentemente claro, nos quedamos con la fotografía completa entre las manos. Sin saber muy bien qué hacer, qué sentir, o qué pensar.

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