Zak’, la langosta en el Mayab

Lázaro Hilario Tuz Chi: Zak’, la langosta en el Mayab.

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En nuestras tierras hay un tiempo en que los campesinos milperos procuran cuidar más lo suyo; es el de las langostas. Desde años inmemoriales los advenimientos y los actos por evitarlos suelen estar precedidos de conjuros y todo tipo de suertes.

Esos recuerdos que aún habitan la memoria de los nukuchtaat, los señores grandes como se les llama a los antiguos abuelos, refieren a toda clase de historia sobre grandes hambrunas que estos insectos ocasionaban, dejando entrever lo poco que son comprendidos los momentos de las grande plagas.

Si bien estas plagas son la más grande amenaza a la agricultura y a los montes, siempre es bueno recordar que cada visita de estos insectos nos deja una gran lección de vida y sobrevivencia: Zak’ es su nombre.

La tradición oral remite a historias dramáticas de las grandes plagas que azotaron la Península de Yucatán. En julio de 1937, por las épocas de Nuestra Señora del Carmen, los abuelos relatan que los tiempos eran buenos, inclusive las grandes lajas fructificaban si se les depositaban las semillas del i’inaj sagrado, los ciclos de las lluvias eran puntuales y las cosechas en los rumbos mayas eran grandes bendiciones.

Justo para entonces se esperaba la gran cosecha, pues ya las calabacitas floreaban, salían las primeras ts’olitas, la xka’itas, y las mazorcas del maíz sagrado auguraban la gran bendición en que hubo de suceder, el frijol y los ibes auguraban buenas cosechas: “fue el día de la xkruuz Carmen, un día antes había llovido y habíamos puesto saka’, porque habíamos sacado las primeras xka’itas (calabacitas tiernas) de la milpa para comer, y ahí se presentó esa nube, el cielo se había puesto negro, como si vieras que llovería muy fuerte, así estaba también el zumbido, pues llegaban las langostas, tantas que ni tiempo dio de levantar la candela, el sojol y los fogonazos para espantarlas”.

Tal fue la catástrofe que en el territorio de Campeche, casi todas las milpas habrían de sucumbir a tan funesto ataque de las langostas, que en cuestión de minutos ocuparon las plantaciones de maíz, fue de cuatro días seguidos sin controlar la plaga que iba y venía, al final, cuando se fueron, solo las cañas quedaban. Se dice que los pozos resultaron contaminados con la defecación de las langostas, las fuentes superficiales de agua se ensuciaron y había que colar y hervir el agua porque quedó amarilla.

Fue la más terrible de las hambrunas recientes, ya no hubo ese año ni en los dos posteriores maíz, frijol ni calabaza, todo, incluyendo los árboles de los solares, sucumbieron ante el apetito voraz de las langostas. Es cuando se dice que hasta las raíces del kumche’ (bonete) se escarbaba, sancochaba y se revolvía con calabaza madura para comer, el fruto del árbol de ramón también sirvió de bendición.

Al final, montones de langostas muertas tapizaban los caminos, los montes y las calles de los pueblos, tanto que las autoridades ordenaron que a todo aquel que recogiera las langostas por sacos y las llevara a incinerar, se le pagaría 50 centavos. El mes de julio de 1937 marcó una de las últimas tragedias del apocalíptico azote de las langostas, quedó en la memoria marcando el tiempo. Un tiempo que aún en la oralidad de nuestros pueblos mayas, no debemos olvidar

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