La aventura de la escritura
Martín Martínez Erosa: La aventura de la escritura.
Descartes dijo “pienso, luego existo”. Haciendo un homenaje al filósofo digo “escribo, luego existo”. Palabra y pensamiento están íntimamente unidos, como lo afirmó Vygotsky y, sin duda, son una unión indisuluble. El reto está en transformar ese pensamiento en palabra escrita.
Parece fácil, pero no lo es tanto. Porque primero que nada lo que se necesita es aprender a pensar. Se atribuye a Henry Ford la frase de que pensar es el trabajo más difícil que existe, y puede tener razón, especialmente en el mundo actual.
En las escuelas se privilegia el aprender a descifrar códigos escritos, y llamamos a eso leer. Pero no se orienta a pensar en lo leído, a cuestionar lo que se lee, a reflexionar en los pensamientos de los autores, y mucho menos a desarrollar los pensamientos propios; se le pide a los estudiantes argumentar, pero no se les enseña cómo.
Y, por otro lado, les enseñamos a los alumnos a reproducir grafías privilegiando reglas ortográficas, de acentuación y de puntuación y llamamos a eso escribir.
Lectura es a escritura lo que palabra es a pensamiento. Una unión indisoluble y armónica. Pero para poder realizarla es importante desarrollarla.
Para esto no se puede continuar con la forma como tradicionalmente se aborda la lectura y la escritura en la escuela, ya que esto lejos de fomentarlas, las inhibe. Si los chicos sienten que es una actividad meramente escolar dejará de ser significativo para ellos.
Como todos los adolescentes tuve que leer libros escolares y escribir resúmenes y cuestionarios, pero nada de eso despertó la llama de la pasión escritora en mí. Lo que sí lo hizo, fue la hoguera de la lectura que nació de una chispa llamada “El principito”, y que luego nada pudo parar.
Emprendí la búsqueda de clásicos como “Frankenstein” (donde aprendí que así se llamaba el creador y no el monstruo) o Drácula; luego comencé a interesarme por autores y devoré los textos de Allan Poe, soñé con los relatos de Conan Doyle y su “Sherlok Holmes”, descubrí al injustamente vilipendado Cauhtémoc Sánchez, a Coelho, Dan Brown, Lovecraft, García Márquez, Ibargüengoitia, Rulfo, Villoro y lentamente evolucioné a Marx, Maquiavelo, Sartre, Descartes y otros imposibles de recordar ahora.
El siguiente paso es una transición natural, tras tanto leer nace el deseo de escribir.
Pero esta no es una receta ni una fórmula mágica. Estoy convencido que tenemos que promover en las escuelas la lectura por placer.
No hay libro más disfrutado que aquel que se ve sucio, arrugado, manchado e incluso subrayado y roto, pero no hay hada que aterre más a los profesores que no tener libros inmaculados en las bibliotecas de las escuelas.
Tenemos que poner los libros en las manos de los estudiantes y de los maestros, y no pedir resúmenes ni fichas, sino enseñarles a disfrutarlos y, poco a poco, a ir convirtiendo sus propios sueños y fantasías en palabra escrita, eventualmente ya no serán ilusiones, sino pensamientos críticos, analíticos e incluso revolucionarios. Esos son los estudiantes que necesitamos.