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Entre los falsos dilemas de la política nacional está uno muy socorrido últimamente, ese que versa sobre si México está, o no, preparado para ser gobernado por una mujer. Y digo que es un falso dilema, no porque el tema carezca de importancia, sino porque se trata de un asunto que para las nuevas generaciones está más que rebasado.

Durante mi experiencia en el área de comunicación y campañas he observado que cada vez que se acercan las elecciones, los periodistas preguntan en bucle sobre la posibilidad y pertinencia del empoderamiento femenino. Ante tales cuestionamientos, candidatas y candidatos se enredan en la bandera de la equidad y dicen: “Sí, por supuesto, desde hace tiempo el país está preparado”.

No es sorpresa que en una sociedad como la nuestra, en la que incluso existen numéricamente más mujeres, seamos más los ciudadanos que estamos de acuerdo con afirmaciones de igualdad, y es que ante la defensa y promoción de una verdadera justicia social, las mujeres debieran, sí o sí, acceder sin obstáculos a todos y cada uno de los cargos de la administración pública, incluida, por supuesto, la Silla Presidencial.

Por años he sido testigo de cómo la prensa repite esa pregunta sobre la expectativa de una mujer al frente del Estado mexicano, he visto también cómo las respuestas de los políticos giran en torno a llamamientos propagandísticos que pocas veces hacen eco en políticas públicas y/o modificaciones legales que aceleren esos cambios.

En pocas palabras, las respuestas que dan aquellos que andan en campaña quedan en meros llamados a misa, mientras los problemas sociales que de verdad afectan a las mujeres continúan obstaculizando el pleno uso y disfrute de sus vidas.

Tristemente la política de género ha sido secuestrada por una agenda de campaña, que en el ejercicio gubernamental pasa invariablemente a segundo plano… hasta que llega la nueva elección y otra vez en las calles se vuelven a prometer imposibles.

He participado en cientos de mítines, conferencias y eventos políticos de todo tipo, y con plena seguridad puedo decirles que los jóvenes no se preguntan si México está preparado para tener una presidenta. ¿Saben por qué?, porque aceptan esa realidad como una obviedad, porque somos iguales sin importar las razones de género, porque no hay nada que les diga a esos muchachos que no se puede… salvo un modus operandi gubernamental y de los partidos, en los que el machismo es el sello de la casa.

Hoy, el tema de “la primera presidenta” regresa a ser punto de debate y opinión, y más allá de propiciar discusiones inertes, éste debería servir para identificar las urgencias y necesidades, por un lado, de las mexicanas y, por otro, de la sociedad en su conjunto.

Si la mejor opción para el país es una mujer, que así sea; si es un hombre, adelante también. Solo que para identificar la potencialidad y los atributos debemos zanjar falsos dilemas de género y elevar el debate para elegir a la persona más apta, con capacidad probada y con las mejores herramientas para tomar las riendas de la administración y gobernar para todas y todos.

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