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Por las calles de cualquier ciudad es común observar el frenético vaivén de repartidores de comida rápida. Ante la precaria oferta laboral que se vive en el país, hombres y mujeres por igual han sido absorbidos por las compañías digitales de reparto a domicilio.

Aquellos que llevan a cuestas mochilas en forma de caja, dejan la vida recorriendo calles y avenidas, sin seguro médico ni protecciones de ley, bajo condiciones climáticas extremas y con la única seguridad de que si no “se conectan” a la App no habrá forma de llevar alimento a casa.

Lo que surgió como un curioso empleo de medio tiempo, pasajero y con tintes de moda, principalmente para los jóvenes, pronto se convirtió en la única subsistencia para millones de familias. En esta nueva maquila, las personas trabajan con horario abierto, bajo el autoengaño de ser sus propios jefes y con bonos atados de forma perversa al algoritmo creado por quienes son, en realidad, los verdaderos patrones.

La experiencia internacional ayuda para visualizar hacia dónde apunta el futuro de las plataformas de transporte y reparto, las cuales en algunas ocasiones suelen ser la misma cosa. Mover personas, tacos, tortas, documentos, ropa, zapatos, da igual, el precio lo determina el tabulador al que sólo importa la distancia y la demanda.

Las famosas tarifas dinámicas, dinamizan sólo los bolsillos de los accionistas; mientras tanto, los usuarios están a merced de lo que dicte un mercado artificial creado por las mismas compañías. Los abogados y representantes de estas empresas tecnológicas negocian a discreción con cada ciudad, estado y municipio para que sus réditos sean mayores.

Con poderosos equipos de cabilderos, con presencia en los congresos, muchas veces corrompen a los representantes populares para que estos cedan en el otorgamiento de canonjías y privilegios que les permitan operar con libertad absoluta.

Mientras los gobiernos presumen la creación de empleos, entre los que se cuentan millones de plazas de trabajo producidas a base de impulsar una atomización de los puestos que ya se tenían, otros muchos mexicanos viven al día bajo el yugo de la explotación digital que acapara a una fuerza laboral cansada de buscar trabajo digno y no encontrarlo.

En distintas ciudades del mundo ya se pusieron frenos a estas compañías expertas de la explotación masiva. Tarde o temprano, los gobiernos deberán entrar a regular el atraco que cometen estos consorcios en contra de ciudadanos que, lo único que quieren es trabajar.

En México, este tema será crucial a corto plazo, cuando las nuevas generaciones irrumpan a exigir de forma más tenaz sus derechos y exijan las cosas que a quienes los antecedieron les fueron arrebatadas. Al tiempo.

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