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Los primeros años de vida marcan profundamente nuestra forma de relacionarnos, ya que es ahí cuando establecemos nuestros primeros vínculos a través de las figuras de apego, generalmente los padres. La psicología ha estudiado a fondo cómo estos apegos iniciales moldean nuestra personalidad y capacidad para confiar en los demás. Conocer un poco más sobre esta teoría nos puede ayudar a comprendernos mejor y, de paso, a las personas que nos rodean.

Los bebés buscan proximidad y contacto con sus cuidadores principales, generalmente a través de señales como el llanto o la mirada. La forma en que estas figuras responden a sus necesidades moldeará el tipo de apego que desarrollen. Si sus necesidades se satisfacen de manera apropiada y consistente, desarrollarán un apego seguro. Podrán explorar su entorno desde una base segura que les da confianza.

Si la respuesta de los cuidadores es inconstante e impredecible, es posible que el bebé desarrolle un apego ansioso-ambivalente. Estos niños pueden ser muy inseguros y tener dificultades para explorar por sí mismos. También existen los apegos evitativos, en casos donde los cuidadores rechazan constantemente las señales del bebé.

Estos estilos de apego se forman en la primera infancia, pero tienden a perdurar en la vida adulta. Influyen en cómo nos vinculamos afectivamente. Un apego seguro facilita relaciones sanas, mientras que uno inseguro puede generar patrones disfuncionales como la dependencia emocional o el miedo al compromiso.

Afortunadamente, estos primeros vínculos no determinan por completo nuestra capacidad para relacionarnos. Siempre es posible romper patrones disfuncionales mediante el autoconocimiento, terapia u otras experiencias saludables en la edad adulta.

Un aspecto fundamental es tener presente cómo fue que nos afectaron los primeros apegos para evitar repetir conductas dañinas de manera inconsciente en nuestras propias relaciones. A la par, es importante comprender que los demás también tienen su propia historia afectiva.

Un apego saludable se caracteriza por dar seguridad, pero también por promover la independencia de manera gradual y adaptada a cada edad. Los padres o cuidadores primarios deben ser un puerto seguro al que las niñas y niños puedan volver cuando lo necesiten.

Conocer sobre la Teoría de los Apegos, cuya autoría recae en los hombros del psicoanalista John Bowlby, nos recuerda la importancia de nuestros primeros vínculos y el impacto que estos tienen a lo largo del tiempo. Pero también transmite un mensaje esperanzador: mientras seamos conscientes de cómo nos afectaron, siempre es posible sanar patrones disfuncionales y construir relaciones saludables.

Ahora conocemos sobre el poder de nuestros primeros vínculos, pero, también, que como seres humanos tenemos una gran capacidad de transformación. Por ello, con apertura al aprendizaje y al crecimiento personal, podemos romper viejas cadenas emocionales y sanar de manera constructiva.

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