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“En la tarde de la vida, se nos examinará del amor”
San Juan de la Cruz

Al hablar de vida tenemos que mencionar la muerte. Todos los seres vivientes sabemos que en algún momento de nuestra existencia nos vamos a morir. Sabemos que la muerte es uno de los factores más cruciales para darle sentido a la vida.

Diógenes iba un día caminando muy ansioso buscando algo en medio de un montón de esqueletos. Su discípulo Alejandro Magno le preguntó curioso: “Maestro, ¿qué buscas aquí?”, y le contesta con toda naturalidad: “Busco la cabeza de tu padre, el rey Filipo, y no la puedo encontrar…”.

Alejandro Magno aprendió la lección sobre la brevedad y la vanidad de la vida.

La vida es un gran tesoro si lo sabemos aprovechar.

Hay cosas en la vida que no puedo cambiar, como es el tiempo. El pasado ya no me pertenece, ya fue. En el presente es el único instante donde tengo uso de mi inteligencia y mi voluntad y estoy actuando.

Cuando inicié este editorial, era mi presente, pero ahora que continúo, ese primer momento ya pasó, ya no puedo regresar a él, por más que quiera. Cuántos momentos desperdiciados dejamos pasar, cuántos instantes desperdiciados que hubiéramos podido…   

El presente sólo es un instante, lo podemos aprovechar o desperdiciarlo, a veces pasamos la vida haciendo planes y más planes para el futuro, que ni siquiera sabemos si vendrá; el futuro siempre es incierto, nunca sabemos cuál es la línea final hasta que lleguemos.

Y la vida se nos puede ir entre las manos, pensando y haciendo planes; sin trascender, sin poder amar, sin hacer nada, perdiendo el tiempo.

Otra lección que nos da Diógenes es ver que en la vida podemos ser muy importantes, a donde vayas serás reconocido y todos te saludarán, te aplaudirán, te darán el mejor asiento,  te estimarán, porque saben bien quién eres, cómo te llamas, si tienes un puesto importante. Pero… y después de la muerte…¿quién podrá reconocerte?

Si buscan tu cabeza entre muchas otras sería imposible encontrarla. O a lo mejor hasta ceniza ya es, o será un montón de huesos, nadie podrá encontrarla. La muerte, con su severidad, con su irrevocabilidad natural, es uno de los horizontes últimos del sentido de la vida.

En la vida buscamos también llenarnos de vanidades innecesarias, el sentirnos más importantes porque estudiamos tal o cual cosa, porque hicimos tal o cual cosa, porque tenemos tal puesto, porque conseguimos acumular tantas riquezas, porque vivimos en tal o cual zona.

El día que muramos todos seremos iguales. Un montón de esqueletos aquí en la tierra. El día que muramos llegaremos al cielo, sin nada de lo material que tuvimos aquí en el mundo. ¿De qué sirvió el acumular tanto?

Sin embargo el alma sigue con vida y tiene un destino, todas las religiones nos hablan de ello.

Por eso festejamos el “Día de muertos”, que nos invita a reflexionar qué sentido tiene nuestra vida, qué sentido le estoy dando, hacia dónde nos encaminan nuestros actos, qué tanto sabemos amar. El día que muera, ¿cómo quiero ser recordado?

Porque la vida no es fácil, es trabajo, es actividad diaria, es movimiento. En ella se llora, se ríe, se ama, se comunica uno con los demás, se da uno y también recibe.

Al final de la vida, el día que enfrentamos la muerte, que a pesar de tenerle miedo, respeto, es algo que haremos de la forma más sencilla, es sólo un paso. Ese día enfrentaremos un juicio, donde se nos hará un examen de fin de la carrera, el único tema que será examinado ese día: “es el amor”.

Te preguntarán sobre tu generosidad para los que vivieron contigo, sobre el amor que impartiste a los demás. Este examen no tiene segundas vueltas, ni extraordinarios. Solo hay una oportunidad.

La ley de la vida nos dice que es cuando seamos “viejitos”, pero las circunstancias pueden cambiar, y sólo Dios sabe el momento y la hora.

La convocatoria para ese examen final puede ser en cualquier momento; si lo pasas, te sirve para pasar a una eternidad feliz. Por lo contrario es para una eternidad, pero de dolor y sufrimiento. ¿Qué tan preparado estás?

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