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Las paredes tienen memoria. Algunas palabras pueden convertirse en maldiciones, capaces de atraer desgracia, mala suerte e infelicidad; otras tienen la propiedad de bendecir, atraer prosperidad, felicidad y paz. Distinguir entre unas y otras es el comienzo de la sabiduría.

Hace un tiempo noté que en mi hogar el ambiente se sentía pesado y tenso. Las cosas no fluían y parecía que los pequeños inconvenientes se multiplicaban. Decidí prestar atención a las palabras que se pronunciaban dentro de casa y me di cuenta de que, sin querer, caíamos en expresiones negativas y quejas constantes. Las frases como “no puedo creer que esto pase” o “siempre es lo mismo” se habían vuelto habituales.

Tomé la iniciativa de cambiar nuestro lenguaje. Propuse a mi familia un reto: durante una semana, evitaríamos las palabras negativas y las reemplazaríamos por expresiones positivas y de gratitud, poco a poco empezamos a notar cambios. El ambiente se volvió más ligero, las risas reemplazaron a los suspiros de frustración y las cosas comenzaron a fluir con mayor armonía. Nuestro hogar se sintió renovado, lleno de paz y alegría.

En prácticas como la Cábala, el Ho’oponopono, el Merkaba y el budismo, se enseña que pronunciar una palabra repetidas veces es crear un decreto para uno mismo, dentro del cual podemos evolucionar o estancarnos. El entorno en el que vives, especialmente tu hogar, tiende a absorber, almacenar y reflejar las palabras y emociones que emite, transformándolas en energías que pueden ser negativas o positivas.

Hay palabras que debemos evitar a toda costa dentro de casa:

“Qué desgracia”: genera fatalidades, oscuridad y ausencia de lo divino.

“¡Oh, mierda!”: atrae suciedad y adversidad.

“Maldita sea”: lanza maldiciones, crea estancamientos y bloqueos.

Insultos como “idiota”, “estúpido”, “tonto”: generan inferioridad, limitación e inseguridad, especialmente dañinos cuando se dirigen a niños.

“Miserable”: invoca escasez y pobreza.

“Enojado”: refuerza sentimientos negativos; llamar a alguien así es prácticamente maldecirlo.

“Desgraciado”: crea un entorno carente de gracia espiritual.

También solemos expresar frases como: “No hay dinero”; “Estoy desesperado”; “¿Por qué siempre me pasa esto?”; “Qué dura es la vida” y “No puedo”.

Las palabras toman la dirección que les imprimen tu intención y emociones. Es en su esencia, donde reside su fuerza. Es momento de refinar nuestro lenguaje para que la luz pueda fluir. Sé responsable con tu lengua para no ser esclavo de tus palabras. Bendice en lugar de maldecir.

Evita emitir juicios y palabras que no deseas ver materializadas en tu mundo. Las palabras negativas o limitantes generan carencias, enfermedades, dificultades y sufrimiento. Por el contrario, las expresiones de amor, gratitud, alegría y belleza atraen prosperidad, abundancia, salud y beneficios para todos.

No olvides que el mundo se crea constantemente mediante el verbo, los sonidos, vibraciones, frecuencias y colores. Todo es energía... Tú decides cómo quieres usarla.

La transformación en mi hogar me enseñó el poder de las palabras para cambiar el ambiente en el que vivimos. Al ser conscientes de nuestro lenguaje, podemos crear espacios de armonía y bienestar. Inténtalo y observa cómo mejora la energía en tu casa. Un abrazo. Chao, Chao.

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