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Salvo algunos pocos casos de carácter personal, procuro mantener la máxima objetividad posible en mis opiniones periodísticas, e incluso evito la primera persona del singular para sacarle la vuelta al “yo” y situarme en un “nosotros”, esa tercera persona que nos coloca como uno más de algunos, seamos mucho o pocos, que .sostenemos las ideas de las que se trata: hoy no es el caso, pues se trata de comentar experiencias personales con personajes públicos, con el muy intencionado fin de avalar en ellos eso que se conoce con el lugar común de “calidad moral”, pues hoy están sometidos al acoso del Poder Ejecutivo y de la potencia populista del ex presidente —por así caracterizarlo— Andrés Manuel López Obrador.

Me refiero a los ocho ministros de la suprema Corte de Justicia de la Nación que en la semana renunciaron, uno a uno, a su mandato constitucional, en protesta por los mortíferos ataques perpetrados contra el Poder Judicial, dejando como tres abstrusas viruelas locas a las ministras incondicionales colocadas ahí —no impuestas, aclaremos, porque la Constitución general faculta al titular del Poder Ejecutivo para dichos nombramientos— por López, como juzgadoras legalmente nombradas pero con funciones de esquirolas, dedicadas a tiempo completo a dinamitar esa parte fundamental de la división de poderes.

Entre los ministros del máximo tribunal, ahora caracterizado como tribunal constitucional, de los que he seguido la trayectoria, desempeño, proyectos, resoluciones, argumentos y votos en los casi 40 años que llevo publicando trabajos periodísticos, me sería muy difícil señalar a algún ministro incapaz, impreparado, tramposo, mañoso y menos felón, pero, como en todo, hay excepciones y la mayoría son recientes.

Tal es el caso de Arturo Zaldívar Lelo de Larrea, que por perseguir un futuro político, una chamba, un hueso dentro de la llamada Cuarta Transformación, dio la espalda a la ínclita institución en la cual alcanzó el más honorable de los puestos —ministro presidente—, traicionando ya no digamos al cuerpo colegiado sino a mismísima Carta Magna, sometiéndose servilmente a los propósitos autocráticos de López y sirviéndole de rastrero quintacolumnista.

Ya ni hablemos de la ministra cachirul Yasmín Esquivel Mossa, obradorista de hueso colorado que fue evidenciada inequívocamente por haber plagiado su tesis de licenciatura, o de Lenia Batres Guadarrama, la más bisoña, sucesora del mendaz Zaldívar, que en Wikipedia apareció calificada como la “ministra burra” —seguramente ya lo cambiaron, aunque no podemos decir corrigieron, pues era del todo correcto—, que cada vez que abre la boca causa admiración por su ínfima preparación e ignorancia de la Constitución, evidencia su origen académico en una universidad patito y que solo llegó al cargo por ser hermana de otro jeque de la 4T, Martí Batres Guadarrama, gobernante de la Ciudad de México.

Conocí a Genaro Góngora Pimentel, predecesor de Zaldívar, que presidió la Corte de 1999 a 2002, en tiempos en que el conservadurismo predominaba, acaso de manera excesiva, y era menester equilibrar el perfil político del alto tribunal. En ocasión de unas pocas entrevistas colectivas en las que participé tuve la ocasión de cruzar unas muy pocas palabras con él y me deslumbró con su visión que, para entonces, hubiere podido considerarse “izquierdista”. La opinión pública lo acribilló después por turbulencias de su vida privada, pero fue esencial en la modernización del Poder Judicial.

Conocí en Chetumal a Arturo Azuela Güitrón, quien presidió la Suprema Corte de enero 2003 a diciembre de 2007, y en la capital de Quintana Roo me concedió una larga entrevista, me permitió tomar su contacto y a lo largo de los años continuó respondiendo remotamente a mis preguntas y consultas. La cara ideológicamente opuesta de Góngora: conservador y ortodoxo, se caracterizó en su presidencia por garantizar el espacio para permitir y hacer oír las expresiones de sus pares, por más que mediaran diferencias de criterios. Presidencia impecable de un ministro intelectual: una sola de sus páginas le llevaría toda la vida a Lenia Batres poder redactarla… pero sin lograrlo jamás.

A Olga Sánchez Cordero no la conocí en persona, pero a través de un amigo común, a la sazón consejero jurídico del Gobierno de Quintana Roo. Raúl Labastida Mendoza (RIP), me hacía llegar sus comentarios sobre mis publicaciones atinentes a su temática, que previamente le había hecho llegar. Inteligencia pura, valor de una pieza, que tuvo el valor de critica la Reforma Judicial de López siendo parte de la Cuarta Transformación.

Margarita Ríos Farjat, ministra que renunció por inconformidad con la hórrida reforma a pesar de haber sido nominada a su silla por el propio López, pero se diferenció de Esquivel, Loreta Ortiz Alf y Batres por no actuar como lacaya de su ex jefe sino como una jurista independiente, debida a la ley, a los mexicanos y a la nación, por encima de las servidumbres políticas, fue mi alumna en la clase de filosofía. Con mucho, fue la más brillante que tuve entre los cientos de estudiantes que tuve el gusto de tener en mis aulas. Además de jurista, funcionaria proba y jueza rectísima, a toda prueba, Margarita es escritora y poeta.

Ese es el tipo de, seres humanos, de profesionales y de jueces que odia López porque pusieron en evidencia sus tropelías.

Eso perdió México.

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