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Hoy se cumplen cinco años de un taller denominado “Cómo pintar sin pintura”, en Taipéi, Taiwán. Fue el antecedente de muchas cosas. Significó el desarrollo de una práctica de arte con pasos específicos, pero abiertos a la espontaneidad de los practicantes. También salió de la necesidad. Había pensado antes en un proyecto de arte individual para pintar musas “disutópicas” subconscientes de forma abstracta. Y al final me pregunté ¿dónde voy a exponer todo esto?, ¿dónde voy a vender estas obras? Y no encontré respuesta.

A estas preguntas le siguió otra que suele definir proyectos: ¿si hago este proyecto voy a sacar dinero para comer? La respuesta fue no. Así que replanteé el proyecto desde el inicio. Fui con el material que compré a la tienda y le pedí al dueño que me diera oportunidad de cambiar todo por 12 canvas pequeños.

Ya con el material, hablé con la gente que llevaba el denominado Palacio de la Hydra. El lugar del momento de arte y performance underground de Taipéi. Un lugar de piratas. A todo me dijeron que sí, así que había que sacar la convocatoria. Una de las cosas que me percaté ya que tenía todo era que no tenía pintura como tal. Tenía los elementos para desarrollar una práctica no convencional apuntalada por pasteles y etanol para hacer fuego. Pero en ésta yo quería que los asistentes se sintieran cerca de la estructura del canvas antes de intervenirlo. Fue así como desarrollé un híbrido que era una especie de clase de meditación acompañada por la estructura rectangular de madera y tela. Los ejercicios inmersivos duraban casi dos horas. Puse al servicio de la práctica todo lo que había aprendido en mis diez años interrumpidos de meditación. Le pregunté a mi asesor de tesis si había posibilidad de que se estimulara con los “ejercicios de arte límbico” el cerebro emocional. Después de proporcionar detalles recibí una respuesta con escepticismo positivo. Con eso me conformé y lo metí a la carpeta de mi proyecto para titularme.

Para el póster, lo que se ve en blanco era el canvas solo. Sin pintura. El carácter que aparece ahí fue proporcionado por mi amigo el curador Fang Yen Hsiang. Los caracteres de arriba no me acuerdo cuál es la historia. Sólo sé que a Nora le parecen innecesarios. Muestra de cómo viví los siete años en Taiwán: primero perdido y después encontrado.

El taller fue pensado como una serie sobre los elementos de la naturaleza. Tomando como inspiración un libro que se ha convertido en mi cabecera: “AGENDARS”, de Keijiro Suga.

El título se leía pretencioso. Pero la realidad es que nació como muchos proyectos de arte. De una simbiosis de cómo aprovechar la precariedad y hacer algo productivo de esta. Combinada con las ganas utópicas de hacer algo diferente. De variar un poco los encuentros aburridos del arte contemporáneo en los que el artista dispone y los asistentes se supone que “siguen”.

La tarde que hicimos el taller no sabíamos si íbamos a tener asistentes. Se realizó una convocatoria y se abrieron las puertas. Hace cinco años llegaron tantas personas que no teníamos canvas suficientes. Les tuvimos que dar tablas de madera a quienes insistieron en ingresar. El taller duró casi cinco horas. Todos acabamos estimulados, muy contentos. Yo, cené muy bien esa noche. Formalmente así, nació el proyecto de la primera serie de Arte Límbico. En una tarde que quisimos pintar sin pintura. 

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