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Mi querido maestro y amigo Roldán han partido al otro umbral.

Parte de las razones por las que he regresado a Yucatán es por él. Una persona que siempre fue amable, alegre y paciente conmigo. Cada vez que nos veíamos reíamos como niños por horas. Intercambiamos anécdotas, recomendaciones de libros, etcétera. Por él conocí a grandes escritores que ahora son una generación importante de las letras en México. Le hice un par de homenajes en vida. Dos cortometrajes experimentales hechos con nada más que la voluntad y el cariño de los que los hicimos. A todos ellos él respondió con una mirada cándida. Le divirtieron muchísimo.

Para mí, que conviví poquísimo con mis abuelos, Roldán fue una especie de sustituto que el destino intelectual designó. La última vez que hablé con él fue hace un año. Le dio muchísimo gusto hablar conmigo. Yo estaba súper emocionado. Le gustaban mucho mis historias y repetía con voz grave cuando le dije que pasé una temporada en Cambodia y que vivía en una montaña llamada Yang Ming, nombrada así en honor a un poeta.

De sus libros conservo todos los que me obsequió. Han sobrevivido cambios transpacíficos. El “Canek”, “Crónica del Asombro”, y muchos más firmados por él viven en mi colección privada.

Pocas personas conozco que han marcado tanto la vida de muchos. Roldán en su narrativa era como él mismo: irónico, agudo e inteligente. Nunca se expresaba mal de nadie. A veces era sarcástico y decía cosas como “El Diario del Sureste no aguantó las bocanadas del huracán Patricio”, pero nada más…

Le hice muchos retratos. Uno de ellos aparece en la Enciclopedia de la Literatura en México. Otro en el Teatro Murmurante cuando presentamos los cortometrajes que hicimos juntos.

La pluma de Roldán iba en una especie de ritmo de boxeo. Él mismo decía que le encantaba un cuento de Julio Cortázar sobre una pelea de box. Siento que él también así escribía. Poniendo paréntesis y lanzando ganchos certeros a la psique del néctar del texto. Pero justamente como alquimista lograba la antítesis de una pelea. Lograba de su prosa una efigie directa, sincera y armónica. La forma en que hablaba de Yucatán era con amor y cariño, pero sin cursilerías. Era valiente, contaba las cosas como las había vivido. Y sin embargo, era un diplomático nato.

Tomar una cerveza con él era un deleite. Siempre en buena compañía era casi religioso beber una helada. En días especiales un vodka con toronja para bajar la botana y cerrar la tertulia.

Roldán es una estrella que se queda por siempre en la memoria de quienes le conocimos. Espero que en este mismo instante se encuentre degustando una cerveza con su hermano Hugo, con Raúl Cáceres Carenzo, con mi tío Chucho, con Cucho —fundador de “El Porvenir”— y todos sus amigos que ya están con él. Esa estrella alumbrará el camino de quienes seguimos acá. Mostrando que sí se puede liderar con ternura, buena onda, sin mezquindades, y al mismo tiempo de una forma profunda e intelectual.

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