Des-cosificando el proceso de leer

Raúl Lara Quevedo: Des-cosificando el proceso de leer.

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Por: Raúl Lara Quevedo
Al hablar de lectura desde el imaginario colectivo se nos dirige inmediatamente al libro, ese objeto que posee amplias connotaciones sociales y culturales. Es que el acto de leer adquiere un compromiso innegable con el libro, mismo que se convierte en el símbolo mesiánico, facilitador de conocimiento, de hábito y desarrollo intelectual. Si hacemos una pausa, analizaremos cómo ese objeto físico, comprendido por una austera anatomía (lomo, portada, solapa, hojas) ha permanecido como insignia de experiencia inamovible.

Al caer en la tentación y optar por la salida obvia, recurriremos a la RAE para definir los conceptos en cuestión: libro: “Conjunto de muchas hojas de papel u otro material semejante que, encuadernadas, forman un volumen”. Con claro enfoque técnico, la palabra se centra en el aspecto físico, la cantidad de hojas, la extensión. Leer: “Pasar la vista por lo escrito o impreso comprendiéndo la significación de los caracteres empleados… Entender o interpretar un texto de determinado modo”.

Hay dos importantes construcciones; la primera es que para leer se necesita tener la capacidad de ver, luego entonces ¿qué sucede con las personas con discapacidad visual?, ¿acaso no leen?, Louis Braille estaría en desacuerdo, pues a mediados del XIX, ideó un sistema para que las personas con dificultades para mirar puedan leer mensajes a través del tacto, eso, sin duda, es interpretar, por lo tanto esto da pie a la segunda premisa; el proceso de leer. Según su definición, está condicionado al entendimiento, a que el individuo abstraiga información y negocie con ella desde su contexto y bagaje de experiencias sociales.

Hablar de este tema parece superficial, obvio, redundante, pero es monumentalmente relevante, pues da pie a justificar que para leer no se necesitan libros, pues el individuo interpreta desde diversas herramientas facilitadoras de información, los sentidos. ¿Es relevante profundizar este asunto?

Según la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE 2021), en México el 38.5% de la población se ubica en la pobreza y sólo el 6% de la población total gana más de $15,000, o comemos o leemos. Sin duda el papel de las bibliotecas es imperante tanto o más como los cambiantes hábitos de las nuevas generaciones que usan más las TICs y menos los formatos físicos. En nuestro país, la Red Nacional de Bibliotecas reporta 7,413 espacios, tomando en consideración que somos 130,262,220 mexicanos, existe 1 biblioteca para cada 17,573 habitantes. Eso dando por sentado que todos hablen español y cuenten con los materiales necesarios.

Se viven momentos en donde el fomento a la lectura se centra en el objeto físico por excelencia, sin caer en cuenta ni observar que nuestras poblaciones se mueven por escenarios híbridos, dinámicos y transmediales. Leer sí, pero un “buen libro”, este juicio de valor ha marcado el rumbo de la lectura de manera relevante, desde entender ¿qué es un buen libro? y ¿para quién? El reto para concretar competencias lectoras será ampliar la comprensión y significado social del concepto “leer”, renovando estrategias que validen diversas prácticas lectoras sin un objeto definido de por medio.

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