Para morir, primero el olvido: Janal Pixan
Raúl Lara Quevedo: Para morir, primero el olvido: Janal Pixan.
Dedicado a mis queridos amigos:
Carlos, Aramy, Tomás y Gloria.
Un abrazo del tamaño
de la distancia que nos separa.
Vienen las ánimas, traen los suspiros que les dedicamos tantas veces, vienen contentas porque hay chocolate con pan y canela para toda la parentela.
En México a la muerte se le canta, se le baila y dedican colores. Todos vamos para ahí, es la deuda que todo el mundo paga. Algunos antes que otros, otros antes que algunos, eso sí.
En Yucatán, hay especial atmósfera, como la de un recuerdo que de pronto llega, retornan los olores de infancia, los sonidos que ya hace tiempo se habían mudado. En esta tierra nuestros difuntos son bien esperados. Es imposible no mirar los álbumes familiares, contar anécdotas de los ausentes o acudir a los cementerios para entregar flores como cariños enraizados a los nombres que susurramos a solas.
Entre tanta piedra hay memoria, debajo de las tumbas hay añoranza de un breve tiempo para visitar a quien los visita, para abrazar a quien nunca los ha dejado de abrazar. ¡Y sí no!, nunca es tarde para comenzar.
Mi madre me contaba, cuando yo era niño, cómo en los días santos: 31 de octubre, 1 y 2 de noviembre, el clima cambia, incluso llovizna. Eso es buen augurio, pues significa que las almas ya han llegado a esta tierra enrojecida. Ya el altar está puesto, para los difuntos no importa lo caro o barato, cuenta el cariño que no se apaga. Abundarán los retratos blancos y negros, otros de colores, vendrán las incesantes velas y los sabores a nostalgia.
Esta tierra bendita, que nos heredó nuestra cuna prehispánica, nos enseñó que los muertos no se marchan, retornan a la tierra, cual maíces que son y somos; pues como dice el sagrado Popol Vuh, somos la generación del maíz (nal), hecha por las mismas manos de los creadores. Soplo de vida.
Aquí, en nuestro presente, para estas fechas recreamos el mito para ofrendarlo a los difuntos. Llega la gastronomía mística: el pib o mucbipollo. Comida peninsular que recrea el acto divino y sagrado. Se hacen tantos pibes como difuntos en la familia. De maíz se hace la sangre (k’ool) y de la masa suave, el cuerpo. Se sella y cubre con hojas de plátano. Se devuelve a la tierra, y se exhuma de ella. Vínculo con la memoria, con los sabores. Así se celebra a los difuntos en esta Península que emergió del mar.
Los dulces de camote, calabaza, ciricote decoran las narices, el amor seco es un manantial ofrecido a los seres queridos. Pareciera que tanto cariño busca acortar la brecha, dar mensaje certero, de que aquí sus vivos aun sueñan despiertos el momento de volvernos a mirar.
No coman ansias mis estimados lectores, los que estamos aquí para mucho aún estamos, y entre esas cosas estamos para honrar desde nuestros actos, palabras y acciones a quienes nunca nos han abandonado. Celebra a los ausentes, abrazando a los presentes.