¿Trabajar para vivir o vivir para trabajar?

Raúl Lara Quevedo: ¿Trabajar para vivir o vivir para trabajar?.

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De pequeño escuchaba la frase “el trabajo dignifica”, y desde los once años aplique esa expresión durante mi jornada laboral, al crecer e insertarme en el mundo formal, cada día se hizo más natural el típico “ponerte la camiseta”, algo convencional para los empleos que nos piden no solamente las acciones convenidas a cambio de un salario, sino ceder parte de los tiempos y momentos personales para alcanzar metas laborales. Para las nuevas generaciones no es extraño quedarse más tiempo de su jornada laboral, realizar tareas adicionales, satisfacer los encargos de los jefes inmediatos con buena actitud, pues estas acciones se toman como un escalón natural para ascender en la jerarquía laboral, sacrificando tiempos destinados a la familia, dispersión y ocio.

Ante una dispareja situación laboral, serán los nacidos en las últimas dos décadas quienes sufrirán las consecuencias de empleos que priorizan las metas y no a las personas. La escasez de empleo, condiciones dignas y salarios justos someten la voluntad de los trabajadores a aceptar estas condiciones de saturación.

¿Es relevante abundar en el asunto? Según la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE), México excede el número de horas en las jornadas laborales; en 2022, 8 millones de personas trabajaban 56 horas a la semana, excediendo por 16 horas la jornada sugerida. De este total de personas, más de un 60% percibe entre uno y dos salarios mínimos por día, poco más de $10,000 al mes. Aumento de responsabilidades, retos personales y precariedad salarial exponen al trabajador a condiciones adversas a su salud física y emocional. Japón es un claro ejemplo de lo que sucede cuando no hay límites para la frase “vivir para el trabajo”, pues en su contexto cultural, el exceso de tareas y horas destinadas al empleo es evidencia de su interés y aprecio por la empresa o institución, sin embargo, este tóxico modelo ha generado un peligroso resultado; la muerte abrupta de las personas, así como el aumento de ansiedad, depresión y suicidio. Para los japoneses este fenómeno es nombrado desde finales de los años 80 como “Karoshi”, muerte por exceso de trabajo. Para el 2015, poco más de 2,000 personas fueron víctimas de esta situación según el Ministerio de Salud y Trabajo de ese país.

Agotamiento prolongado, ansiedad por cargas adicionales y situaciones de precariedad salarial detonan un problema ya de interés nacional, por ello se han impulsado normas como la Ley para la Prevención del Karoshi, en el 2018. Algo similar pasa en México, pues desde este sexenio se ha propuesto disminuir la carga de horas laborales, con la premisa que una persona con más tiempo para sí mismo detonará un mayor rendimiento laboral. Sin duda, esto es algo necesario, pero incómodo para empresarios y jefes de recursos humanos que no han ocultado su desánimo por esta iniciativa. La propuesta está quieta en la Cámara de diputados a espera de un digno impulso u “horas extras”, mientras tanto millones de mexicanos esperan trabajar para vivir y no vivir para trabajar.

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