El peligro de leer en silencio
Raúl Lara Quevedo: El peligro de leer en silencio.
En la época medieval, en la que abundó el temor al conocimiento, la carencia de alimentos, la explosión demográfica, la peste bubónica y el sistema feudal; la lectura era un ejercicio inalcanzable para cerca del 99 por ciento de la población, pues ni los monjes copistas, personas destinadas a repetir signos (letras) de maneras infinitas, sabían del significado de las mismas.
El privilegio de la lectura era destinado únicamente a los religiosos de jerarquías altas, en quienes se deposita la responsabilidad de adoctrinar dictando las eucaristías (buenas fiestas) en latín, y de espaldas a las audiencias analfabetas. Para los receptores, no importaba el entender, sino el obedecer y que se perciba esa obediencia.
Ni reyes o alcaldes sabían decodificar los signos, eso era un rito destinado al dogma y a la salvación de las almas, de alguna manera quienes leían poseían un poder en el otro, conocer permitía construir a voluntad realidades a modo. El libro, como símbolo fue dotado de severidad y jerarquía, estos eran sumamente caros, difíciles de conseguir o interpretar, beneficios destinados únicamente a los portadores de fe.
Para la población en general los religiosos leían en las plazas públicas recitando vidas de santos, escrituras del día. Quienes leían y escribían no poseían nuestras normas actuales, se unían palabras, ideas que en la mayoría de las ocasiones eran inteligibles o carecían de una coherencia mínimamente razonable. El lector tenía que entonar desde su individual estilo las interpretaciones a la audiencia. Ahí, el oído de la gente se desarrolló, afinó destreza para diferenciar fonemas, sonidos que son dotados de significados.
Con el paso de los años, la población comenzó a experimentar curiosidad por la lectura más que por el libro, pese a que existieran rumores, como: el leer a solas, sin autorización, recibiría la visita de demonios que saldrían de las páginas para llevarlos al infierno. Con este tipo de discursos, se procuraba limitar la peligrosa curiosidad de la población, pues lejos de tener encuentros con seres de ultratumba, se encontrarían con el conocimiento y la independencia de pensamiento.
Ante este notorio interés de comenzar los procesos de lecturas individuales y en silencio, la historia dota de existencia a Johannes Gutenberg, un trabajador experto en realizar sellos. A lo largo de años, desde su experiencia en los talleres elucidó una máquina capaz de sellar combinaciones de signos infinitos. Con algunos préstamos y el proceso de idear la tinta a base de grasa animal, este hombre detonó la democratización de los materiales de lectura, pues gracias a esta reproducción textual en masa, la población podía acceder a materiales de lectura por centésimas de precio.
La población empezó a leer en silencio, a solas, al interior de su mente, comenzaba a interpretar la libertad, tal como lo argumenta Alberto Manguel: “La lectura silenciosa trajo otro peligro… No está ya sujeta a inmediata aclaración o asesoramiento ni a condena o censura por parte de un oyente”, leer en silencio es legado de Gutenberg, la herencia de leer e interpretar en libertad sigue rompiendo la ignorancia impuesta por el poder.