Bretón, el surrealismo mexicano y el contradiscurso
Raúl Lara Quevedo: Bretón, el surrealismo mexicano y el contradiscurso.
México no sólo son sus ritos, también son sus colores, contradicciones, imposiciones, así cómo contextos históricos aún amorfos para el entendimiento de gran parte de la población. La década de los 30’s no fue la excepción, ya el proceso de la alfabetización masiva iba sistematizado, los procesos posrevolucionarios se amalgamaban a las nuevas políticas del Gobierno en turno; sin embargo, las conciencias del arte desbordaban preguntas y hartazgos a la simulación de lo patriótico, gran parte de este sentimiento fue concedido por las alabanzas al muralismo mexicano, el movimiento predilecto de las jerarquías políticas, pues en éste se había construido un paliativo identitario basado en la incorporación de signos étnicos, morales y religiosos reconocidos por la colectividad sin mayor rechazo.
Lo mexicano y sus habitantes estaban experimentando negociaciones entre la verdad politizada y la verdad experimentada, una vivida por los individuos de a pie, por lo tanto, existía una desconexión, una falta de orden y coherencia en el imaginario social. El arte fungió desde 1935 como un catalizador para visibilizar y validar el estado de ánimo de un pueblo que no encuentra lógica al presente ni al futuro venidero, tal como lo argumenta Prampolini, “El ser humano y sus valores viven en crisis, están en caos”, este efecto identitario y axiológico ya no puede ser moderado, necesita ser comunicado de manera libre, sin predisposición a la forma.
El surrealismo surge como una ruta confiable para el espíritu, en su esencia busca ser un contradiscurso ante la rigidez expresiva que el Estado legitima y promueve. André Bretón se convierte en un ente validante para la recuperación de la integridad e identidad; desde su trazo, obra y línea construye un mundo que va más allá de lo onírico, se sumerge y ofrece caos cálido para asentar las ideas, así con emociones de seres deambulantes, incapaces de detenerse encausa con apertura un movimiento en el cual cabían todos, incluso los mundos irónicos y sin orden que habitaban en los artistas. Para 1938, Bretón conoce México, conoce el surrealismo puro, un país en donde lo real-maravilloso coexiste desde la lengua y la costumbre prehispánica, una que resiste a las inclemencias del malinchismo. El autor es trastocado por gente que vive en el surrealismo puro, no negocia, simplemente deambula por él con familiaridad y rutina. La vida, la herbolaria, la tradición, la comida y la muerte son ejemplos de lo fantástico ya normalizado. Esta última le da certeza que México es una metáfora que palpita, respira y aprende.
En consecuencia, al conocer la obra de José Posada le parece mágica, irreal, digno ejemplo del movimiento que promueve, aunque aquí, cabe nombrar a uno de los precursores de un surrealismo de huesos vivos y sonrientes, Manuel Manilla que junto con Posada usaron lo fantástico de la muerte para emitir críticas contundentes a las clases altas. Bretón entiende que este surrealismo mexicano es otra cosa, una que surge de la crisis identitaria, de la inequidad de clases, y de la amplia, amplísima riqueza cultural mestiza.