Jorge Cuesta ante el muralismo mexicano
Raúl Lara Quevedo: Jorge Cuesta ante el muralismo mexicano.
Jorge Mateo Cuesta Porte Petit aborda la construcción de un discurso visual mexicano, mira y critica severamente cómo las artes plásticas se centran en ser un signo convencional y efímero de la nación. Analiza cómo modas provenientes de Europa influyen en la estética de la aún emergente corriente mexicana. Ésta idea de “culturizar” al ciudadano, en repetir el discurso del pasado prehispánico o en su caso, de potenciar a las figuras epopéyicas de la trama independentista y revolucionaria. Cuesta, toma un ejemplo claro, el muralismo mexicano, impulsado por una ausencia de identidad patriótica; esté se encargó de alfabetizar históricamente al pueblo. Pero el muralismo, orillado, destinado a tales fines rompe con la finalidad última del arte, traducir la libertad. Vasconcelos miró de manera estratégica la realidad posrevolucionaria, detectó que su población era analfabeta en un mayúsculo porcentaje, necesitaba discursos rápidos, atractivos y visuales como herramienta de introyección a una ideología aceptada, luego entonces, ¿el muralismo fue un ejercicio de arte o de control de masas?
Ante la mirada de Cuesta, el arte se ha institucionalizado, se le ha dado un fin utilitario, el ser vehículo de una ideología, el arte no debe ceder esa independencia existencial. El autor aborda de igual manera lo bello y lo estético, los mira como pilares de la crítica, afirma que la belleza no es un reflejo de la naturaleza, pues solamente sería un esbozo de lo palpable, con esta afirmación se atisba el pensamiento profundo de Cuesta, existencial tal vez; las cosas son imitaciones de la realidad, una que jamás será esbozada en totalidad, pues no existe solamente una realidad, existen múltiples, infinitas, únicas; ahí radica el papel del artista de interpretar esas realidades, conjuntarlas y mostrarlas como suyas. Es por ello que el arte dirigido, masificado y usado para fines específicos mutila de identidad la esencia de lo artístico.
Para Cuesta, Diego Rivera “proporciona una imagen irreal y estereotipada de la realidad, de la nación”. Rivera pretende interpretar de manera generalizada lo mexicano, erróneamente no persigue la finalidad expresiva, si no la del encargo institucional. Por otro lado, para Jorge, Orozco es el polo opuesto pues no basa su obra en la imaginería ideológica del momento o del poder en turno, sino que centra su afán creativo a la expresión misma de su “yo” mexicano del siglo XX. Desde estas afirmaciones, Cuesta entiende que el muralismo mexicano es un espejismo bien construido por el poder, aspirando a que el mexicano esté atento e identificando los símbolos en un país que comienza a significarse a través de los trazos elegidos. Para los artistas, una falsa alternativa de libertad, para el habitante de pie, un ejemplo de identidad artística nacional. Las realidades siguen coexistiendo y significándose mutuamente, es ahí dónde la realidad se expande y nos cobija.