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Michel Foucault, en su libro “Vigilar y Castigar”, aborda el tema del poder y la opresión que las jerarquías imponen a los cuerpos que no asumen un rol asignado. Es decir, quienes están en la cúspide jerárquica del poder impondrán orden y norma social; así, los cuerpos deambularán por una serie de reglas que los asumirán como partes funcionales de una anatomía social, a quienes no lo asuman, a los que no cumplan con el rol asignado serán condenados a la exclusión, o como le llama Foucault: amputación social. En el medioevo, los leprosos fueron excluidos por su incapacidad de seguir cumpliendo un rol activo, esos cuerpos fueron expulsados del pueblo por temor al contagio y por su nula capacidad de ser útiles al aparato colectivo.

En los tiempos modernos eso lo hemos adoptado bien, pues el cuerpo “útil” sigue siendo un marcador social, por ejemplo, la presión colectiva que se ejerce en quién amar y con quién estar. Hoy, la libertad y diversidad sexual se han convertido en un territorio de lucha, en donde no hay que dar tregua ni descanso a quienes oprimen y generan violencia, como la preocupante Ley contra la homosexualidad aprobada en Uganda en 2023 por su parlamento y su presidente Yoweri Museveni, ya que con esta norma los cuerpos y sus afectos estarán reglamentados acorde a la necesidad del Estado. Es ahí donde la palabra y su construcción simbólica de la realidad entra a liberar el cuerpo desde la narrativa literaria, atenuar y criticar las estructuras más enraizadas del poder, así como para sensibilizar a una población descontextualizada; el cuerpo narrado es liberado.

En 1966, Luis Donoso nos ofrece “Un lugar sin límites”, en donde La Manuela, un personaje homosexual muestra que todas las personas merecemos un espacio para ser valorados y validados, pese a nacer y crecer ante la hostilidad del machismo. Para 1979, llega el “Vampiro de la Colonia Roma”, de Luis Zapata, en el cual, Adonis García, un joven sexo-servidor nos lleva a dar un recorrido por las calles del cuerpo de la Ciudad de México, nos muestra las venas, eso que no se ve a simple vista, lo oculto debajo de la piel de lo “normado”, algo similar pasa en el 2018 con el poemario “Versos para leerse en la Calle”, del siempre generoso Daniel Torres, sólo que, en su caso, es un cuerpo compartido por varias ciudades.

En el 2000, con “Sirena Selena Vestida de Pena”, de Mayra Santos-Febres, el travestismo es la herramienta que la autora usa para mostrar la doble moral de la sociedad heteronormada, el trato a lo excluido y la subalternización que tiene que pasar su personaje Sirena Selena, un jovencito con voz angelical, para encontrar su propia melodía de vida. La literatura se ha convertido en capa y escudo contra el estigma. Tintas valientes han roto el molde de lo establecido y han enfrentado todo verbo posible a la discriminación.

Toda palabra, toda voz, toda vida es digna de ser narrada con justicia, empatía y libertad.

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