Kafka: el proceso, las dictaduras y las redes sociales

Rodrigo Ordóñez Sosa: Kafka: el proceso, las dictaduras y las redes sociales.

|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

Aunque han pasado casi 99 años de la publicación póstuma de la novela inconclusa “El Proceso”, de Frank Kafka, la premisa que sostiene la narración sigue vigente, principalmente porque inicia con la frase: alguien debe haber calumniado a Josef K. porque sin haber hecho nada malo, una mañana fue detenido, lo cual inicia una revisión de su historia, orillándolo al final a creer que merece el castigo impuesto por un tribunal que carece de relación con la institución legal de la ciudad, sino más bien es la representación del poder del Estado, donde los acusados carecen de oportunidades para intervenir o detener las acciones en su contra.

En primera instancia, la vigencia de esta premisa basada en un sistema legal deteriorado, omnipotente y carente de supervisión, que puede doblegar a las personas, nos hace recordar los juicios sumarios y las detenciones arbitrarias que ejercieron los cuerpos policiales en las dictaduras, donde estudiantes, opositores políticos y adversarios fueron sometidos a tortura, desaparición forzada o encarcelamiento, quebrando a los detenidos hasta hacerlos claudicar de sus ideales y posturas ideológicas germinando en ellos la idea que merecían el castigo que les imponía estos tribunales ajenos a las instituciones, aunque no por ello con menos poder, y quienes se mantenían firmes en sus creencias, eran ejecutados tanto por militares o policías.

Así, “El Proceso” es una construcción narrativa donde todos los personajes alrededor de K tienen algo que aportar, una idea sobre por qué es sometido a un juicio, similar a los hechos ocurridos en las dictaduras de los años sesenta en Latinoamérica, donde los detenidos de forma ilegal sólo podían especular la causa de su arresto, siendo ellos quienes, bajo la barbarie de las torturas infligidas, confesaban delitos que no habían cometido o lo que creían que sus captores querían oír, aunque no fueron todos los prisioneros que actuaron de esta manera, si existen relatos de quienes sucumbieron ante estos suplicios, sin que ello les reste valor, más bien todo esto es reflejo de un sistema que mantuvo la premisa de la novela que comentamos hoy: aceptación de una culpa que nos imponen desde fuera, sea real o no, como K al final de la novela que termina creyendo que la sentencia dictada por el tribunal es justa.

Actualmente, esas mismas premisas las encontramos en las redes sociales, donde son utilizadas cuentas falsas o portales seudonoticiosos creados exprofeso para acusar a cualquier persona sin que necesariamente existan evidencias, más bien ese mismo tribunal que en la novela de Kafka no obedece al poder constituido, ahora se traslada al terreno de la opinión pública, que ahora enjuicia y condena a las personas, hasta que acaben por admitir o declinar una acusación sin que necesariamente sea real (excluyendo naturalmente al movimiento feminista donde sus raíces son más complejas, aunque la más conocida es denunciar a los acosadores y feminicidas por esta vía ante la desidia de las autoridades por protegerlas o investigar estos hechos), sino aquí hablamos, al igual que en esta novela, sobre un conjunto de personas que se unen para destruir a otro mediante el odio. Como vemos, Kafka más allá de lo surreal de sus relatos, nos presentó la culpa como un mecanismo de control social ejercida no sólo por el catolicismo, sino también por las instituciones judiciales y la sociedad.

Lo más leído

skeleton





skeleton