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Antes de que pienses que estoy desvariando, te lo quiero aclarar. Ya sé que aún faltan varias semanas para la llegada del nuevo año. No estoy tan perdido, te lo prometo. Sin embargo, cada vez que el calendario nos muestra el primero de septiembre (día en que escribo esta columna), no puedo dejar de sentir que es ahora y no en enero cuando el año realmente comienza.

Al final ¿qué es el año nuevo?, sino una celebración alineada al calendario gregoriano que en realidad no significa gran cosa. En conjunto, el colectivo humano que habitamos esta roca flotante cumple un ciclo más orbitando al Sol, pero las órbitas no tienen punto de inicio y punto de llegada, por lo que en efecto podríamos celebrar una nueva vuelta prácticamente cualquier día y sería lo mismo. Sin embargo, el calendario del papa Gregorio XIII está cumpliendo 450 años como el calendario oficial -es un decirpara la mayor parte del planeta. Y como somos seres apegados a las costumbres, tendemos a aferramos a ellas por generaciones y aceptamos la que fue una imposición -una de tantas- de la poderosa cúpula de la iglesia católica, no por eso carente de validez, ya que fue el resultado de un estudio científico y no un capricho teológico.

El calendario juliano, que no era más que una copia del egipcio, se usó antes de manera tácita como el calendario oficial impuesto por el emperador Julio César en prácticamente todo el viejo mundo durante 16 siglos. Bautizar el calendario con tu nombre se me hace un poco extraño, ¿qué nos dice esto del ego de Julio César y Gregorio? No tengo ni idea. Al final ambos calendarios solares me tienen sin cuidado, ya que llegó septiembre y con su llegada me he sentido renovado y lo que es peor, optimista. Tanto que me parece que este se consolida como un punto de inflexión en mi vida y eso, para mí, no es poca cosa.

Escucho a muchas personas con hijos hablar del inicio del ciclo escolar y a otras que se comprometen a darle constancia a su membresía del gimnasio, ir más a la iglesia, ayudar más en la casa, ponerse a ahorrar o cualquier otro de esos propósitos que solemos escuchar los primeros días de enero. Por lo que no me siento tan solo en mi celebración. Es curiosa la manera en la que reaccionamos los humanos. Nos atrae el cambio siempre y cuando sea un movimiento colectivo, como el arranque de un maratón en el que todos salimos con un objetivo en mente, apostando a no ser de esos desafortunados que abandonan antes de cruzar la meta.

No me preguntes cuáles son mis propósitos para el año que comienza; primero porque son aburridísimos, segundo porque son muchos. En verdad te digo que tengo una sensación particular desde hace días. Veo muchos cambios en mi alrededor, entre la gente con la que más convivo, las cosas que observo y la idea de realidad que vivimos. Me dispongo entonces a fluir con esta brisa de sur, con esta contracorriente que habrá de llevarnos no sé a dónde. Brazos abiertos para los cambios que lleguen.

Lo bonito de un punto de inflexión, es que si bien, llega a romperlo todo, también abre la puerta a todas las posibilidades.

¡Feliz Año Nuevo!

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