Una historia de amor improbable

Sergio F. Esquivel: Una historia de amor improbable.

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Una historia de amor improbable, así la llamaría yo. Descubrí el golf gracias a mi padre. Como a mucha gente, nunca me había llamado la atención, pero un día él me invitó a acompañarlo y encontré en el juego el pretexto perfecto para que pudieramos compartir juntos unas horas cada semana. Poco me imaginaba que iba a descubrir en ese intento una de las pasiones de mi vida.

Sí, lo confieso: amo el Golf.

Amo el juego con todo lo que implica, lo que trae y lo que demanda. Porque jugar golf no es fácil, contrario a lo que mucha gente piensa. Es un deporte de emociones, esa sería la mejor forma de describirlo. Te podría hablar de lo difícil que es el swing de golf, de lo improbable que es pegarle a una pelotita estática y lanzarla por los aires el largo de 2 campos de futbol o más, sorteando obstáculos, naturaleza y azar en su camino… pero no, no te voy a hablar de lo que a simple vista es evidente del juego, en cambio te voy a hablar de la parte que quien nunca ha jugado no puede ver. De lo que se siente jugar golf.

El golf es un juego que te pide a gritos hacer silencio. Detener la mente, dejarla en blanco para poder concentrarte en respirar, conectarte con el ritmo de tu corazón y usarlo para balancearte sobre la bola, para depositar tu poder, tu corazón, tu intención y tu visión en un solo movimiento que haga que la bola vuele por los aires, ajena a tu control.

Es un deporte instintivo en el que primero te obligas a visualizar lo que tienes enfrente de ti, a construir una ruta de vuelo que no existe, te obligas a respirarla y entenderla, para después entregar el control de tu cuerpo a la emoción. Cuando estás parado en la soledad del campo, tienes que soltar el control y permitir que sea esa parte de ti que no controlas de manera consciente la que imprime la fuerza y velocidad necesaria para que la bola vuele las 108 yardas que visualizaste.

No 107, no 109, sino 108.

No puedo explicarte cómo esa visión se procesa de la mente hacia la combinación de tantos músculos, articulaciones y ligamentos, todos en conjunto alineados con tus visiones para coordinarlo todo en un movimiento, un swing que es tan veloz que parece más una reacción del instinto. No existen palabras que puedan explicarlo. En este juego necesitas desarrollar todas tus fortalezas: pasión, valentía, honor, humildad, resiliencia, aceptación, creatividad, imaginación. Un juego que requiere de ti, mantener un diálogo interno, permanente, ineludible. Que te empuja al autoconocimiento, a la instrospección, a conectarte con la naturaleza del entorno, del viento, del agua, de la dirección de cada hoja de pasto. Un juego que algunas veces puede ser injusto y cruel, como la vida misma. En el que el rival no es quien viene jugando contigo, ni el campo, ni la distancia, sino tú propia mente.

Es un juego de aprendizaje permanente, de crecimiento personal. En el que todo se trata de alinear la mente y las emociones. Un juego al que no dominas nunca (aunque ganes) y siempre te dará lecciones valiosas sobre ti mismo.

Porque al final el golf es eso; una llave que abre la puerta a tu interior.

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