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Detrás de todo lo que implica: embotellamientos, compras de último momento, tiendas repletas y todo lo demás, tengo que admitir que esta es una época del año que me encanta, tal vez sea mi favorita. Me gusta porque me hace sentir renovado, me siento rodeado de personas a quienes les brota la felicidad y es evidente.

Existen muchos motivos por los cuáles uno podría ser feliz en estas épocas; más allá de que para las personas religiosas puede tener una implicación muy especial, es un hecho que su festejo no es privado, por el contrario es muy público y compartido por muchísima gente, con diferentes creencias. Todo esto porque alrededor de esta celebración, muchas personas encuentran motivos para ser felices.

Hay quienes se sienten así simplemente porque tendrán unos días de vacaciones o porque terminaron con las tareas de la escuela. Otras personas son felices porque justo en estas fechas se da la oportunidad única para reencontrarnos. Este es el único festejo al que van todos los de la oficina, o toda la familia, o todos los amigos de la primaria. Con el pretexto del calendario, se abren todas las oportunidades para estos reencuentros con quienes la vida nos unió en algún punto y nos recuerdan de dónde venimos permitiéndonos a su vez descubrirnos ahora bajo una nueva luz.

Hay quienes son felices por recibir la visita de personas queridas que viven lejos, porque nos damos tiempo de coincidir, de abrazarnos, de decirnos lo importante que somos los unos para los otros. Muchas veces este tipo de reuniones llegan aderezadas por la nostalgia, por la presencia de quienes ya no están, por recuerdos que toman vida nuevamente y nos llevan a otros tiempos en los que la realidad era distinta y en donde simplemente fuimos felices. Me caen bien todas esas personas que decoran sus casas, que cuelgan esferas de las ramas de árboles aun siendo de plástico; gente que se esmera en envolver un regalo perfectamente, en darle algo a alguien más con el simple objeto de hacerle sentir que está feliz.

Me encantan esos intercambios amorosos de buenos deseos y acciones concretas.

Pero, por sobre todas las cosas, esta época me gusta por una sencilla razón. Porque es la temporada en la que todo lo bueno de nuestro interior se renueva. Porque de alguna manera el simple hecho de tener un calendario que cambia de número es pretexto para recuperar la esperanza de ser mejores. Todos, de manera pública o privada, decretamos la convicción de mejorar, de crecer, de aprender, de cuidarnos más, de querernos más, de ser más cercanos a esa imagen lejana que todos formamos de nuestra propia existencia y de como sería mejor la vida para todos si lográramos alcanzar esa versión de nosotros mismos con la que soñamos durante todo el año.

Me gusta esta época como una celebración de la esperanza, como una oportunidad de abrazar el nuevo reto de ser mejores. Desde aquí te agradezco por leer y comentar esta columna, por haber estado todo este año. Te mando un abrazo y espero que cumplas con todos esos nuevos retos que te estás planteando el día de hoy

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