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Muy pronto se cumplirán 30 años y para mi parece que hubiera sido ayer. Es de esos días que jamás voy a poder olvidar, 27 de noviembre de 1993. Cuatro de mis mejores amigos y yo, recorríamos las calles de la Ciudad de México emocionados por ir al Autódromo “Hermanos Rodríguez” que por primera vez en su historia había montado una enorme estructura de gradas para albergar un gran concierto en el lugar que hoy conocemos como el Foro Sol.

Nos subimos a un camión que en el caos vial de cualquier sábado al mediodía chocó tres veces en un recorrido de menos de una hora. Eran apenas las dos de la tarde cuando en las cercanías del autódromo comenzaron a salir los voceadores con ediciones vespertinas de los periódicos anunciando el destape de Luis Donaldo Colosio como candidato a la presidencia. “Colosio, el Destapado”, leían las 8 columnas con una foto sonriente del candidato que sólo 116 días después encontraría su final en manos del mismo sistema que lo destapaba esa tarde.

Por supuesto que a nosotros poco nos importaban los destapes, los choques, ni nada. Nuestro objetivo era claro, llegar a las cercanías del autódromo lo más temprano posible para ser los primeros en entrar al concierto del que probablemente sea el músico más trascendente del siglo XX: Paul McCartney.

Llegamos tan temprano que no pudimos entrar, por lo que hicimos una escala técnica en la coctelería “Las Palmas”, justo enfrente del acceso principal al autódromo. Lo que iba a ser una cerveza, se convirtió en muchas más. Los gritos de las gradas llenas de gente nos hicieron darnos cuenta de que el tiempo había pasado y el concierto estaba a punto de empezar. Corrimos apenas a tiempo para ver salir a Paul, “Maybe you can drive my car...”. La emoción nos desbordaba. Delante de mí había un matrimonio muy pintoresco, un par de viejitos—o al menos, a mí me lo parecían—, que emocionados no dejaban de abrazarse y besarse sin poder contener las lágrimas por la emoción de estar ahí, cantando y viendo al ex Beatle. Más adelante nos contaron que eran apenas unos niños cuando se conocieron, en plena Beatlemanía se hicieron novios en la secundaria. Estoy seguro de que, como esa, había miles de historias similares en aquella mágica e inolvidable noche.

Es curioso cómo vivimos en torno a lo subjetivo. La vida tiende a ser en realidad, nuestra interpretación de las cosas que vivimos y son sólo nuestros recuerdos los que tejen la narrativa de nuestra existencia. Todo cambia de acuerdo con el lugar desde donde lo mires.

La próxima semana, volveré al Foro Sol a una nueva cita con un Paul McCartney. Es el mismo Paul, aunque seguramente ya no es la misma persona que estuvo ahí hace 30 años. Por supuesto, yo tampoco lo soy. Regreso, además, con uno de aquellos amigos de la primera vez y sus dos hijos. Ahora nos toca a nosotros ser los viejitos pintorescos, emocionados de poder estar ahí, cantando y viendo cantar a McCartney una última vez.

Dentro de 30 años Paul ya no estará por aquí y estoy casi seguro de que yo tampoco. Un ciclo que se cierra. Compartiendo el vínculo sagrado de la música que nos unió, antes y ahora.

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