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Me desperté a las 4 am para tomar un vuelo en un horario francamente grosero, por decir lo menos. Ayer fue un día de mucho trabajo y antes de dormir hice mi maleta casi en piloto automático. Empaqué no sé qué cosas y para cuando ya estaba sentado en el avión listo para despegar me embargó un profundo sentimiento de inseguridad, casi angustia, por la sensación de que olvidé empacar algo.

Al momento de escribirte esto sigo sin llegar a mi hotel y sin descubrir si realmente mi presentimiento es verdad o no. Supongo que al arribar al hotel o en el momento menos oportuno llegará el temido momento de la realización, cuando ese sentimiento que vienes arrastrando se convierte en realidad.

Es algo que nos ocurre en muchas ocasiones a lo largo de la vida y a la vez, es muy difícil de describir. Ese descubrimiento que llega al momento en el que ese presentimiento, emoción o miedo que vivía oculto entre las sombras del subconsciente va tomando forma hasta convertirse en una realidad absoluta e inevitable.

A veces pasa con un evento fortuito, como cuando metes la mano en la bolsa para tomar las llaves y darte cuenta de que las dejaste en otro lado. Pero de todas las formas en las que las emociones suben a nuestro plano de conciencia convirtiéndose en realidad, la más poderosa es la que viene a través del uso de las palabras.

Dentro de las muchas cosas que ignoro en la vida, está la forma en la que se estructuran las ideas y los pensamientos en nuestra mente. No lo sé, pero supongo que algo ocurre al momento en el que usamos palabras para describir lo que sentimos que convierte esas ideas en realidad. Ahí radica el poder sanador de una buena conversación, en la que puedas compartirle a alguien más. Por supuesto ayuda mucho tener a alguien con otra perspectiva rebotando tus ideas, pero el verdadero poder está en elegir las palabras que describan realmente lo que sientes, al hacerlo algo ocurre que les da a nuestras emociones un contexto diferente. No es que las emociones no existieran, no es que ignorábamos que eso que sentíamos estaba ahí… es simplemente que el lenguaje lo convierte en realidad, les da vida, los vuelve consientes de manera irreversible.

De la misma manera ocurre con la escritura. El proceso es en parte similar, el papel (o la pantalla) se convierte en espejo y todas esas cosas que vivían en las profundidades del alma van ocupando palabras y tomando forma de realidad. Es por eso que, al escribir esta columna, descubro cosas que, si bien vivían en mi interior, tomaron forma al momento de leer lo que he escrito. Hacerlo tiene, al menos para mí, un poder terapéutico.

Escribir es al mismo tiempo, espejo y ventana.

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