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Todavía lo recuerdo como si fuera ayer. Aquel sábado salí de mi casa convencido de que tenía una cita con el destino. Mi destino era romántico, pensaba yo, y terminaría con la chica que se había clavado en mi mente rendida en mis brazos. Salí solo, me subí a mi coche y manejé a través de la noche hasta llegar a la playa. Unas horas después ya no era yo el que intentaría salir de vuelta a casa. Era otra versión, la versión más idiota de mí. La versión que al llegar al antro y no encontrar a la chica, decidió beber como náufrago recién rescatado en medio del mar. Desalineado, desairado, con el ego herido esa versión adolescente e idiota de mi se volvió todavía más idiota cuándo decidió que manejaría de vuelta hasta su casa de regreso.

Un segundo antes de pisar el acelerador para salir del estacionamiento escuché el chillido. Congelado, detrás del volante en un coche inmóvil vi cómo un auto a toda velocidad se estrelló con otro que acababa de salir enfrente de mí. Caos, confusión y miedo. Mi primer instinto fue apagar el coche y bajarme a ver qué había pasado. La policía estaba ahí mismo y de inmediato se movilizaron, la gente corrió asustada y para sorpresa de todos, no hubo víctimas que lamentar.

Anonadado, dejé mi auto en ese estacionamiento y con él mi idiotez adolescente mientras caminé hasta la playa. Me senté en la orilla del mar a tratar de entender cómo ese segundo marcó una diferencia tan grande en mi vida y la vida de no sé cuánta gente más. Un segundo menos que me hubiera tomado meter la llave y girarla y probablemente estaría muerto.

Más allá de la narrativa determinista de la vida, en la que todo pasa por algo y las causalidades gobiernan la realidad, nos invita a explorar un reino donde las coincidencias adquieren un significado más profundo. Carl Jung, quien acuñó el término, lo describió como eventos que son significativos para el individuo pero que no tienen una causa directa y obvia.

Estas conexiones misteriosas pueden manifestarse en pequeños instantes. La sincronicidad desafía nuestra percepción de lo aleatorio y lo introduce en un contexto más amplio de narrativa personal y universal. A lo largo de la historia, muchas culturas han interpretado estos acontecimientos como señales o mensajes del universo, guiándonos hacia un entendimiento más profundo de nuestras vidas y de las conexiones invisibles que tejemos con el mundo que nos rodea.

No es que yo crea necesariamente en la sincronicidad de aquella noche en esos términos, pero en un tiempo en el que todo parece explicarse a través de leyes y teorías, la sincronicidad nos recuerda la existencia de un orden más sutil y, quizás, más espiritual en el tejido de la vida. Nos desafía a mantener una mente abierta y a considerar la posibilidad de que no todo en la vida puede ser planeado o previsto, y que algunas de nuestras experiencias más significativas provienen precisamente de lo impredecible.

Un segundo antes o un segundo después y no estarías leyendo este texto. Dentro de todas las posibilidades y todas las coincidencias, creo que lo más importante al final es lo que hacemos con lo que estos misteriosos eventos, nos enseñan.

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