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Siempre he sentido una conexión especial con los símbolos. Me fascinan por su naturaleza abstracta, por permitirnos asignarles significados diversos, personales y hasta íntimos. Cada símbolo encierra un universo de posibilidades interpretativas, reflejando la capacidad humana para atribuir sentido a lo aparentemente inexplicable. En su simplicidad radica su poder, ya que en una sola imagen se encapsulan significados, emociones, historias y aspiraciones. Los símbolos nos permiten conectar con dimensiones más allá de lo tangible, nos recuerdan que hay algo más allá de lo que a simple vista se puede ver, abriendo puertas hacia un entendimiento más profundo del mundo y de nosotros mismos.

A lo largo de mi vida he ido coleccionando símbolos que sirven como recordatorios constantes de lecciones de vida. Estos símbolos se han convertido en una especie de mapa emocional que me guía a través de los altibajos del viaje. Cada uno de ellos ha sido elegido cuidadosamente, marcando momentos significativos, recuerdos y aprendizajes profundos. Son testigos mudos del tiempo que ha pasado y de cómo esas lecciones han moldeado mi perspectiva. Como brújulas silenciosas, me recuerdan constantemente las enseñanzas que llevo conmigo. Hoy llevo siete tatuajes en la piel, cada uno con sus propias circunstancias, lecciones, personas y experiencias que forman parte de mi identidad. Estos son: Amor Fati, Kundalini, Dos, Trascender, Siempre hay un camino por tomar, Ensō y Caos.

De todos los símbolos que han dejado su huella en mi piel y mi vida, el que más me identifica es el Ensō. Tiene múltiples significados: infinitud, la plenitud de lo simple, armonía, zen, la liberación de la mente y el universo. Para mí, tiene un significado adicional: incompleto.

El Ensō, representado como un círculo sin cerrar, simboliza el proceso de estar siempre en construcción. A veces siento que ese deconstruirnos es un proceso inagotable. Estamos aquí para cumplir con nuestro viaje y, como seres en constante cambio, somos procesos perpetuamente inconclusos en este camino que no es más que una transformación permanente.

El Ensō encierra la hermosa imperfección que nos define. Es un recordatorio de que nuestra evolución es infinita, un acto de creación constante que no se mide en logros concretos, sino en el flujo eterno de ser. Cada giro incompleto representa una oportunidad para crecer, para aprender, y para apreciar la imperfección que nos impulsa hacia adelante. La vida es una danza entre lo que somos y lo que aspiramos a ser, y en esa dualidad, el Ensō encuentra su significado más profundo: un ciclo incesante de transformación y de aceptación.

Nos demos cuenta o no, eso es lo que somos: movimiento, crecimiento, búsqueda. El Enso representa ese camino, ese proceso. Un círculo perfecto y, al mismo tiempo, incompleto. Como yo.

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