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Anoche me topé con un viejo álbum de fotos que había olvidado en el fondo de un cajón. Al abrirlo, me encontré con imágenes de mi vida, cada una contando una historia diferente. Fue un viaje visual que me recordó cómo el tiempo y las experiencias nos transforman.

Cada foto era un reflejo de una época específica, mostrando mi apariencia cambiante con los años. Mis estados de ánimo, sueños y percepciones del mundo en ese momento específico del tiempo también eran evidentes, al menos para mí. Sin embargo, al mirar esas fotos, lo que sentí fue en realidad fue una desconexión. El contexto que me rodeaba en esas imágenes era muy distinto a la actual, y la persona que veía en las fotos, aunque familiar, se sentía como un extraño.

Me di cuenta de cómo mis decisiones, intereses y forma de ver el mundo han cambiado a lo largo del tiempo. Es curioso cómo puedo recordar lo que sentí y pensé en esos momentos, pero esas emociones ahora me resultan casi irreales. Es como si pertenecieran a otra versión de mí que ya no existe. La vida es transformación perene. Aunque mantenemos nuestra esencia, cambiamos con cada experiencia y aprendizaje. Cada etapa de nuestra vida nos moldea y nos convierte en la persona que somos hoy, pero también nos aleja de quienes fuimos.

Mirar esas fotos era como asomarse a una ventana del pasado, a momentos que fueron importantes en su tiempo, pero que ahora parecen casi fantasmas. Porque la vida sólo es real en el momento en que se vive; todo lo demás es una mezcla de recuerdos reinterpretados del pasado o ilusiones del futuro que nunca serán exactamente como las imaginamos.

El pasado no es más que una serie de momentos congelados en fotografías y recuerdos distorsionados por el lente de cada persona que accede a ese recuerdo, pero el presente es donde realmente vivimos y sentimos. Lo que hoy es real, mañana se convertirá en otro fragmento de nuestra historia, reinterpretado por la persona que seremos entonces.

Entender que cada momento es único y transitorio nos invita a vivir con más intensidad y a valorar lo que tenemos aquí y ahora. Aceptar la belleza oculta en la impermanencia y la oportunidad de reinventarnos continuamente.

Mirar esas fotos me recordó que, aunque el pasado es una parte integral de quiénes somos, no nos define por completo. Somos la acumulación de lo que conservamos de todas esas realidades. La más auténtica se encuentra en el presente, en el aquí y el ahora. Entenderlo es una invitación a vivir plenamente, a abrazar cada momento y a construir nuestra realidad con la certeza de que, aunque el tiempo es una marejada que pasará y borrará todas sus huellas.

Así es el camino de la vida. No te lo digo con tristeza, sino con la reconfortante tranquilidad de aceptar que nuestro paso es efímero y la realidad se construye en el lugar en el que estás parado hoy y nada más.

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