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Hay un peso invisible con el que cargamos todos, queramos o no. Caminamos a lo largo de la vida arrastrando una pesada maleta, llevando a cuestas las malditas expectativas. Este enemigo silencioso que, sin darnos cuenta, se cuela en todas las rendijas de nuestro trayecto de vida. Nos seduce con promesas de éxito, amor y reconocimiento, pero a veces nos deja con un sentimiento de insuficiencia y desilusión con el que, en más de una ocasión, es difícil lidiar.

Desde pequeños escuchamos una y otra vez lo que es el éxito: una carrera prestigiosa, una casa grande, una familia perfecta. Sin embargo, estas expectativas no siempre se alinean con nuestras pasiones o realidades. Nos embarcamos en la búsqueda de estos objetivos impuestos, sólo para descubrir que no nos llenan como esperábamos. La señora EXPECTATIVA, madre de todos nuestros autoreproches, nos hace creer que debemos alcanzar ciertos hitos para ser valiosos. Cuando la verdadera realización viene de comprender y aceptar nuestras propias metas y sueños, no las que nos han sido impuestas con la mejor de las intenciones.

He aprendido que las expectativas infundadas pueden ser un gran obstáculo para el desarrollo personal. Este peso nos impide apreciar con objetividad nuestros propios logros y progresos. Ahí está siempre una emoción metiendo ruido de lo que debería ser. He tenido que aprender, a veces dolorosamente, a distinguir entre lo que quiero para mí y lo que creo que otros esperan de mí.

Las expectativas tienen el poder de joderlo todo: nuestra relación con nosotros mismos y también con los demás. En nuestras amistades y relaciones familiares, esperamos reciprocidad, apoyo y comprensión. Una expectativa infundada y de mucho peso. Por eso no es extraño que, cuando estas no se cumplen, nos sentimos heridos y decepcionados. Un autogol, una patada por la espalda para nuestro frágil ego.

Quizás donde las expectativas causan más estragos es en las relaciones románticas. Me he vuelto experto en idealizar a la otra persona, y estoy seguro de que esto nos sucede casi a todos. Proyectamos nuestras esperanzas y sueños. Pero la realidad nunca puede estar a la altura de estas fantasías. ¿Por qué habríamos de cargarle al otro el peso excesivo de nuestras expectativas mal fundadas? Viéndolo así, parece absurdo y, sin embargo, nos pasa una y otra vez. La señora EXPECTATIVA, madre de todos los silencios incómodos, nos empuja a esperar perfección en el amor, lo que inevitablemente conduce a la decepción. A vivir en la ficción, sujetos a sus defectos y limitaciones, impidiendo que el amor crezca de manera auténtica y no forzada. Esta batalla es una lucha de todos los días. Entender que, a veces, lo que nos sucede no tiene nada que ver con nosotros directamente. A veces es la suerte, el destino, simplemente la fría realidad que nos obliga a la mala a entender que lo que mi mente cree es realidad, en realidad es fantasía.

La vida es un equilibrio constante entre nuestras aspiraciones y la realidad. Liberarnos del peso de las expectativas no es fácil, pero es esencial para vivir una vida plena, sin tanto derrumbe, más auténtica. La señora EXPECTATIVA siempre estará presente, recordándonos lo fácil que nos resulta caer en nuestros propios engaños.

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