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Existe en todos una dualidad, una forma de sabiduría profunda que se presenta en dos diferentes voces a través de nuestra intuición, voces internas que siempre nos guían, incluso cuando no queremos escucharla. Prestarle atención o no a esas voces, nos puede llevar por el camino correcto, aunque a veces las ignoremos o dudemos de su veracidad.

Creo que todos llevamos a nuestra espalda un poco de luz y sombra. Vivimos un contraste de ideas que intentan seducirnos al momento de tomar decisiones. Nos presentan rutas y premios diferentes no solamente en importancia sino inmediatez.

Y no me refiero únicamente a esas decisiones trascendentales que podrían cambiar el destino de nuestra vida o de quienes nos rodean. También ocurre con las más ínfimas de las trivialidades de nuestra cotidianedad.

Crecemos escuchando otras voces. Esa es la realidad. Desde muy chicos, aprendemos a confiar en los consejos y opiniones de los demás: padres, maestros, amigos. Sin embargo, en lo más profundo de nuestro ser, siempre existen esas voces al interior que nos susurran verdades. Que contraponen puntos de vista y argumentan para que decidamos tal o cual cosa. Estas voces, nuestra intuición, son la engañosa brújula interna que sabe lo que es lo mejor para nosotros, incluso cuando nuestra mente lógica intenta convencernos de lo contrario.

Conforme vamos acumulando experiencia de vida, esas voces crecen en peso y volumen. Los llamados del exterior se subliman como parte de un entorno que influye en algo en nuestra toma de decisión, pero al final siempre vamos hacia adentro, a ese diálogo con las voces que luchan en nuestro interior, causando estragos y prometiendo cosas, como si fueran candidatos a un puesto de elección. Ante este panorama, lo fácil para la mayoría de nosotros es jugar el rol que mejor nos funciona. En el que podemos fingir demencia y confusión. Asumimos los argumentos y tratamos de contrastarlos para encontrar el correcto... Aunque en el fondo sabemos. Siempre sabemos. Siempre sabemos que hay una elección que es claramente la mejor y una voz que nos está bombardeando de verdades. Y nos cuesta trabajo elegirla porque la mayoría de las veces, esa no será la elección más fácil.

Racionalizamos las cosas una y otra vez tratando de convencernos de porqué podríamos optar por otro camino. Uno que podría ser más placentero o que al menos ofrezca en el corto plazo los beneficios instantáneos para los que tenemos una profunda debilidad: el placer, la comodidad, lo inmediato. Al final elegir lo correcto no sería tan difícil si tuviéramos la virtud de saber ser honestos con nosotros mismos. Aunque en el fondo esto es mucho más complicado de cumplir que de escribir. Nadie nos enseña ser honestos con nosotros mismos. Por eso nos repetimos tantas veces las mismas mentiras y asumimos respuestas que pueden cumplir con la lógica de la interpretación de nuestra visión egoísta, pero no con la de la realidad.

Yo mismo en este ejercicio introspectivo que para mí es la escritura de esta columna, sé que muchas veces me dejo seducir por elecciones que apelan a mis peores debilidades. Lo sé y lo entiendo. No me voy a rasgar la camisa por eso. Al final, esforzarse en alcanzar esos niveles de honestidad con el espejo es un trabajo complicado y permanente, como casi todo lo que vale la pena en esta vida.

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