|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

En un mundo cada vez más conectado, es paradójico pensar que al mismo tiempo quizá sea cuando más solos estamos. ¿Qué pasa cuando la soledad deja de ser un estado temporal y se convierte en una amenaza constante para nuestra forma de vivir, para nuestra salud mental y física? Hoy en día, hay quien la considera un mal moderno, un huésped no deseado en nuestras vidas que puede desencadenar un sinfín de problemas conductuales y neurológicos. Los síntomas de esta “enfermedad” pueden ser sutiles al inicio: la falta de energía, el deseo de evitar interacciones sociales y un creciente apego a actividades solitarias como la televisión o los libros. ¿Te suena familiar?

Cada uno tendrá que hablar de cómo le ha ido en la feria, pero frecuentemente me encuentro con personas que realmente la pasan mal porque efectivamente están solas y la soledad puede tener ese poder profundo de hacerte sentir muy bien o muy mal. En mi caso, durante mucho tiempo, he aprendido a disfrutar esa soledad de la que tanta gente huye. Un poco las circunstancias de la vida y otro poco nuestras propias elecciones, la soledad puede llegarte por múltiples frentes. Vivo solo desde hace muchos años, trabajo remoto desde mi casa solitaria, me puedo pasar días enteros en los que no veo a nadie más allá de las muchas personas que desfilan por mi pantalla de Zoom desde diferentes ciudades del país. ¿Eso cambia la soledad que me rodea? Yo diría que no. Salgo solo, viajo solo… ¿Y a dónde nos lleva todo esto? No lo sé. Si está claro que cada uno se ajusta de diferente manera a la soledad, también es claro que desconocemos en realidad cuál sea el impacto que para cada quien representa la vida solitaria que nos ha tocado vivir. En mi caso, asumo que los efectos estarán ahí, lejos de mi campo visual, afectando la manera en que me relaciono con el mundo.

¿Es entonces la soledad una nueva pandemia? ¿Estamos todos enfermos? No soy la persona correcta para decirlo. Sin embargo, a pesar de lo cómodo que me siento solo, sé que cuando salgo al mundo, de pronto en un instante, un contacto visual genera una conexión, que aunque momentánea, me recuerda algo de una manera única e inexplicable, que pertenecemos a algo más grande que nosotros mismos y que esos instantes de auténtica conexión con alguien más pueden darle un sentido más amplio a nuestra vida, de la que podemos darle solos.

No sé si la soledad sea común para todos en la misma medida, tampoco creo que sea justa su connotación negativa. No podría asegurarte que es un mal que debemos combatir, pero hacerlo es reconocer nuestra necesidad de comunidad, de crear un sentido compartido de humanidad y pertenencia.

Al final, como siempre, la realidad se impone. Cada uno afronta la soledad a su manera y en mi mente se quedan grabadas las palabras de Octavio Paz en “El laberinto de la soledad”: “Sentirse solo no es sentirse inferior, sino distinto. El sentimiento de soledad no es una ilusión sino la expresión de un hecho real: somos, de verdad, distintos. Y, de verdad, estamos solos”.

Lo más leído

skeleton





skeleton