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Vivimos en una era donde la inmediatez lo es todo. Queremos resultados rápidos, respuestas inmediatas y soluciones instantáneas. La prisa se ha convertido en una constante en nuestras vidas. Corremos de un lado a otro, siempre ocupados, siempre apurados. Pero ¿qué pasa cuando la vida nos obliga a esperar?

Hace un par de días me tocó ir al banco. Ir a hacer un trámite al banco es tedioso, necesitas mucho tiempo para estar sentado haciendo nada mientras esperas. Todo el tiempo esperas; primero esperas a que el ejecutivo te atienda, ya de entrada eso es un suplicio. Después finalmente llegas con el ejecutivo y con la mejor cara y actitud te hace esperar aún más porque para cualquier trámite, por más sencillo que parezca, pareciera que estuvieras en la NASA pidiendo un cálculo exacto de la ubicación de un planeta a 8 mil millones de años luz. Ir al banco simplemente no me va bien.

Quien me conocen bien, sabe que soy la persona más impaciente del mundo (no es ninguna virtud que presumir, ya lo sé). Mientras mataba el tiempo, esperando que me atiendan subí una historia a Instagram en la que estaba esperando. De inmediato me empezaron a llegar las notificaciones con burlas, porras y condolencias de la gente más cercana que sabe lo que yo sufría de estar ahí, sentado, esperando sin poder hacer nada.

La espera puede ser desesperante. Nos sentimos impotentes, como si el tiempo se detuviera y nosotros con él. Sin embargo, la espera aunque no nos guste, también tiene su valor. Nos obliga a detenernos, nos invita a reflexionar, a apreciar el momento presente. La prisa convierte la espera en una trampa, especialmente cuando no tenemos la paciencia de entenderlo.

La paciencia es una virtud cada día más difícil de encontrar. Vivimos con un reloj en cuenta regresiva todo el tiempo que cultivarla se vuelve tan difícil que a veces podemos malentenderla. Muchas personas confundimos paciencia con pasividad. La pasividad implica el no hacer nada y simplemente esperar los resultados. La paciencia por el contrario requiere de mantener un esfuerzo y tomar un rol activo en la búsqueda de esos resultados.

Imagínate que estás perdido en un desierto. La diferencia entre pasividad y paciencia está entre sentarte a esperar la lluvia o de caminar hasta encontrar un Oasis de agua fresca. En ninguno de los dos casos encontraremos resultados inmediatos, pero si caminas con un rumbo bien definido, si tienes la flexibilidad de redirigir el camino cuando las circunstancias lo ameriten y no te cansas de hacerlo, entonces alcanzarás el resultado que persigues.

Pero el mundo en el que vivimos la prisa se impone. La acción inmediata, el resultado instantáneo, el camino más fácil, sin importar el resultado. La prisa nos mueve, pero aprender a esperar y ser pacientes nos da perspectiva. Y en ese equilibrio, podríamos encontrar serenidad para vivir una vida plena y satisfactoria. ¿Qué tan dispuesto estás tú a buscarlo?

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