Libros sin terminar
Sergio F. Esquivel: Libros sin terminar.
Hace unos días tuve una gran decepción. De esas que duelen. Después de mucho tiempo de postergarlo, me animé a leer a José Agustín. “Se está haciendo tarde”, tenía una trama que pensé sería divertida, pero al final me terminó dejando mucho a deber. Tanto que tuve intensos deseos de dejarlo a la mitad. Sin terminar.
Con esto no pretendo, por supuesto, juzgar al autor o la obra. No tengo con qué, realmente. Pero sí puedo decir que ni la historia, ni el estilo, ni la narrativa conectaron conmigo. Así es la aventura de la lectura, uno nunca sabe con qué sorpresa se va a topar, una vez que las hojas del libro empiezan a desfilar.
He perdido ya la cuenta de los libros que he dejado a la mitad. Algunos, porque simplemente no lograron captar mi atención; otros, porque en ese momento no estaba listo para lo que tenían que ofrecerme.
Hace algún tiempo dejar el libro inconcluso me causaba una ligera angustia culposa. Una incomodidad que iba más allá del disfrute propio de la lectura y que tenía origen en las profundidades del subconsciente y las ideas que vamos construyendo acerca de lo que debería de ser. De lo que deberíamos ser. Un nuevo ejemplo de que los libros, una y otra vez nos regalan lecciones para la vida misma: así como en la lectura, a lo largo de la vida se nos presentan historias para las que tampoco es el momento adecuado, para las que no estábamos listos y no debería de haber nada de malo en dejarlas sin terminar.
Hay libros que, tras años de acumular polvo, me han llamado de nuevo. En esas páginas olvidadas, he encontrado recompensas que no estaba preparado para recibir antes. El mismo libro que una vez fue denso e incomprensible, se convierte en una fuente de sabiduría cuando las circunstancias de la vida cambian (te cambian). Pero también están aquellos libros que no tendrán nunca una segunda oportunidad. Acepto que no todos los libros, ni todas las situaciones, valen el esfuerzo de ser retomados. Para los que ese vínculo que se necesita no existirá nunca.
En la vida ocurre algo similar. Hay situaciones, relaciones, oportunidades y planes que dejamos a la mitad. A veces, nos retiramos porque intuimos que no es el momento, que la historia no está alineada con lo que realmente buscamos. Y no hay que sentir pena por ello. La vida es demasiado corta para forzar caminos que no nos llenan, por más prometedores que parezcan.
He aprendido a dejar de sentir culpa por los libros no terminados, así como también he aprendido a dejar de lado la responsabilidad de vivir mi vida como algunas personas esperarían de mí (o de ti o de cualquiera).
Algunas de estas elecciones regresarán por una nueva oportunidad cuando las circunstancias sean propicias, y nos brindarán algo valioso. Otras oportunidades, simplemente se desvanecerán, y está bien. Porque al final, vivir se trata de fluir con lo que resuena con nosotros, de disfrutar el trayecto sin ataduras a expectativas infundadas.
No todos los libros necesitan ser terminados, así como no todas las metas deben ser perseguidas hasta el final. A veces, soltar una idea de nosotros mismos, o un plan que una vez fue importante, es lo más liberador. La vida nos da la oportunidad de elegir qué capítulos queremos cerrar y cuáles estamos dispuestos a reescribir. Y en eso, radica la verdadera libertad.