Las señales
Sergio F. Esquivel: Las señales.
A menudo nos encontramos pidiéndole al universo que nos muestre el camino. Queremos respuestas claras, instrucciones precisas, señales que nos indiquen qué decisión tomar, qué dirección seguir. Y aunque es tentador pensar que las señales aparecen en la oscuridad del horizonte como faros brillantes que nos guían, la realidad es que las señales siempre han estado ahí. No se trata de lo que el universo nos muestra, sino de cómo elegimos verlo y, sobre todo, cuándo estamos listos para interpretarlo.
En más de una ocasión me descubrí perdido, sin una idea clara de lo que tenía que hacer. Enfrentando a la vida, pidiéndole casi desesperadamente una señal. Buscaba un rayo de luz, una fuente externa que me dijera que estaba en el camino correcto. Pero el problema no era que las señales no estuvieran presentes, sino que mi mente no estaba en sintonía para comprenderlas. Sospecho que a todos nos ha ocurrido en un momento u otro. Que el verdadero cambio ocurre cuando nuestro corazón y nuestra mente están alineados. Solo entonces podemos ver con claridad lo que siempre ha estado frente a nosotros.
Las señales pueden ser tan simples como una palabra, un sentimiento, algo casi instintivo. Una conversación inesperada, un libro olvidado que vuelve a nuestras manos en el momento preciso, o incluso un sueño que nos deja reflexionando al despertar. Sin embargo, la clave no está en que esas señales sean extraordinarias, sino en que nosotros estemos preparados para captarlas. A veces, es sólo después de atravesar un proceso interno de crecimiento que vemos con nitidez lo que antes se nos escapaba.
Porque, hay que ser honestos, muchas veces las señales nos asustan. A todos nos gusta seguir las señales siempre y cuando estas esten alineadas a lo que nosotros queremos… y no siempre va a ser así. En ocasiones nos muestran caminos que implican cambios que no estamos seguros de querer enfrentar. Porque si bien pedimos al universo respuestas, no siempre estamos preparados para las implicaciones de esas respuestas. Nos resistimos, preferimos ignorarlas, o las interpretamos como nos conviene, postergando decisiones que, en el fondo, ya sabemos que debemos tomar.
Alguna vez me ha tocado tomar decisiones sumamente complicadas para las que todas las señales apuntaban hacia un cambio que me aterrorizaba. Ahí es donde mi mente trataba impunemente de convencerme racionalizando con que el momento no era el adecuado, dejando que la incertidumbre del futuro y el natural miedo a lo desconocido tomara las riendas de mis decisiones. Pero con el tiempo, entendí que nunca iba a llegar el momento en el que estaría completamente listo. Que efectivamente podría traer consecuencias negativas, que francamente me aterraban. Pero aceptar las señales no es cuestión de valentía, sino de estar en sintonía con nosotros mismos para verlas tal y como son.
Así es como he aprendido a dejar de pedirle al universo señales tan desesperadamente. Ahora sé que no importa cuántas señales aparezcan si no estoy preparado para verlas. No es el universo el que nos manda pistas a conveniencia, sino nosotros quienes, poco a poco, abrimos los ojos a lo que siempre estuvo ahí. Al final, las señales no son luces en el horizonte; son reflejos de nuestra propia disposición a seguir nuestro camino y nada más.