“El cuento de la criada” y la prevalencia de la libertad

Verónica García Rodríguez: “El cuento de la criada” y la prevalencia de la libertad.

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¿Realmente, lograremos algún día las tan añoradas condiciones de igualdad? ¿Qué nos garantiza que los derechos de las mujeres obtenidos a lo largo del tiempo prevalezcan y se amplíen? Estas preguntas —y muchas otras— me vienen con la lectura de El cuento de la criada, novela de Margaret Adwood, publicada en 1985, donde un nuevo Gobierno ultraconservador se instala en Estados Unidos, con el argumento de erradicar el desorden y la violencia de las calles, estableciendo ciertos valores en donde la mujer resulta ser el último eslabón de la cadena social.

En este universo distópico, llamado Gilead, el bien más preciado son los niños, ya que, debido a la contaminación, las mujeres resultaron infértiles durante las últimas generaciones, por lo cual aquellas que pueden concebir son clasificadas como criadas, esto es como vientres para gestar hijos de las familias de élite. Los comandantes, hombres del Gobierno, tienen derecho a tener una esposa y una criada, quien después de haber cumplido con su función de dar a luz es transferida a otro comandante.

A las criadas, que una vez fueron mujeres con vidas propias, se les ha arrebatado todo: hijos, familia, profesión, independencia, libertad e identidad; incluso su nombre, pues sin importar cómo se llamen son conocidas como propiedad del comandante al que han sido asignadas. De esta manera, la protagonista June, la vamos a conocer como Defred (de-Fred).

En el mundo de Gilead, las mujeres son clasificadas como: esposas, marthas, criadas y econowives y cada una es identificada por vestir de un solo color. Las esposas están casadas con los comandantes, las marthas ayudan a las esposas en el hogar; las criadas son las únicas mujeres fértiles, por lo que sirven para engendrar a los hijos de los comandantes; las econowives son el menor rango social. Las tías, son las encargadas de vigilar y “educar” a las criadas para que cumplan sus funciones. Las jezebels, son prostitutas que residen en un club ilegal, pero frecuentado por los comandantes. Por último, están las no-mujeres, las que nunca se casaron, viudas, lesbianas, monjas o disidentes. Todas confinadas al trabajo en las minas, donde enferman hasta la muerte.

A través de la voz de June, conocemos el terror y el dolor de estas mujeres, pero también la advertencia: “Nada cambia en un instante: en una bañera en la que el agua se calienta poco a poco, uno podría morir hervido antes de darse cuenta. Por supuesto, en los periódicos aparecían noticias: cadáveres en las zanjas o en el bosque, mujeres asesinadas a palos o mutiladas, mancilladas, solían decir; pero eran noticias sobre otras mujeres, y los hombres que hacían semejantes cosas eran otros hombres”.

El cuento de la criada nos recuerda que en situación de crisis todo es relativo, inclusive el amor, las estructuras cambian, todo lo que conocemos puede transformrse de un momento a otro (como lo experimentamos con la pandemia). Definitivamente, si algo nos deja qué pensar Margaret Atwood con esta novela, es que nunca debemos confiarnos de lo que tenemos, la defensa de nuestros derechos será una guerra inacabada, en la que siempre hay que estar alerta, porque puede volverse contra nosotros.

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