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En días pasados una polémica interesante circuló por redes sociales. Una conocida concesionaria de refrescos en Mérida organizó una caravana navideña para que las familias de diferentes poblados y colonias disfrutaran de determinados espectáculos. Básicamente se trataba de algunos carros alegóricos que paseaban por las calles, ya que las restricciones por el coronavirus “impiden” a la ciudadanía acudir a los tradicionales eventos decembrinos.

Sin embargo, sucedió algo curioso: como si se tratara de un carnaval, los habitantes de una localidad cercana a la capital abarrotaron las escarpas para ver el espectáculo, lo que originó fuertes críticas contra las personas, las autoridades y la empresa, alegando que esa concentración masiva ocasionaría un repunte en los casos de Covid-19 en Yucatán y que, por culpa de los asistentes, se ponía en riesgo “lo ganado” durante estos meses. Este suceso me recordó lo que el 28 de octubre sucedió en Ciudad de México, cuando cientos de personas acudieron a la iglesia consagrada a San Judas Tadeo para venerar al santo. Incluso salieron varios reportajes en los que se mostraba a la gente atiborrada afuera del templo, sin ninguna medida preventiva o de sana distancia que en teoría debemos guardar durante esta contingencia sanitaria. Ambos eventos fueron causantes de severas críticas y señalamientos por un sector no pequeño de la población. Pero lo curioso no recae en los sucesos mencionados, sino en la doble moral de muchas personas a la hora de repartir culpas y calificar conductas.

No menos atiborradas estaban, queridos lectores, las plazas y centros comerciales durante el buen fin, cuando muchos de los hoy jueces de redes salieron en busca de promociones, descuentos y meses sin intereses. Tampoco las playas en Progreso se veían vacías en semanas anteriores y los bares del norte de la ciudad estuvieron muy concurridos apenas el fin de semana pasado. No, ésta no es una nota inquisitorial o en la que pretenda darme golpes de pecho, pues un servidor ha acudido a bares y restaurantes -tratando de observar las medidas pertinentes, por supuesto-, pero por alguna razón eso no es tan escandaloso o condenable para la sociedad como lo es que la gente acuda a templos, realice rezos en estas fechas o se amontone a ver una caravana navideña en las calles de su colonia. ¿Es esta una invitación a salir de las casas? No, pero sí es una invitación a la reflexión y a la autocrítica. ¿Qué diferencia hay entre unos y otros, si la conducta y la proporción de riesgo son las mismas? ¿Acaso hay algo más allá de la legítima preocupación detrás de nuestros juicios de valor?

La recomendación a la población será siempre la misma que dan las autoridades de los tres niveles de gobierno, al menos hasta que el riesgo disminuya sustancialmente. Mientras tanto, quizás debemos analizar nuestra propia observancia de las medidas antes de criticar al vecino por hacer, tal vez, exactamente lo mismo que hacemos, pero en otros lugares y con otros nombres.

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