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La expresión “como era antes”, donde el adverbio relativo “como” se utiliza de modo recurrente en el pobre discurso del presidente López Obrador, sirve lo mismo para comparar, contraponer o justificar acciones sobre cualquier tema en el que tenga que argumentar el porqué de sus decisiones. A esa frase le añade sus cotidianos clichés –fifís, conservadores, neoliberales, delincuentes de cuello blanco, prensa amarillista, etc.– para ironizar, descalificar o burlarse, por lo general en sus conferencias matutinas donde con frecuencia arremete contra sus adversarios y profundiza la división social en el país.

A veces se da cuenta de ese abuso, porque el 22 de agosto de 2019 dijo: “No quiero seguir responsabilizando a la administración pasada y a los de antes de esa. Solamente cuando se necesite para diferenciarnos, porque hay veces que calienta porque nos comparan”. Pero como bien dijo Dzereco hace un par de columnas, el presidente miente, porque la frase “como era antes” sigue siendo parte de sus peroratas para justificar fracasos en economía y seguridad, desatinos en infraestructura o cuando las cifras de la pandemia del coronavirus le estallan, como ocurrió ayer cuando minimizó el “pico” de muertes por Covid-19 y la justificó por ser un “ajuste de defunciones” y llamó a “que no haya psicosis, miedo o temor”.

Aunque muy pocos políticos asumen sus errores, nunca habíamos visto un mandatario que culpara a sus antecesores durante tanto tiempo. AMLO ha polarizado al país con sus quejas y generalizaciones al pasado. Pero no reconoce que no ha podido extirpar la corrupción en su gobierno, ahí están los casos del hijo de Bartlett Díaz beneficiado con la compra de ventiladores a precios elevadísimos, o del compadre de Rocío Nahle, con contratos en la refinería de Dos Bocas. De acuerdo con que el presidente no puede saberlo todo, pero debe estar rodeado de gente que sí sabe tomar decisiones y escucharlos, no contradecirlos ni exhibirlos con “otros datos”, porque así no es como era antes.

Un jefe debe ganarse la confianza y el respeto de sus subordinados con sus acciones y decisiones acertadas. AMLO no sabe de esto porque, si bien hay líderes natos, el ejercicio del mando se aprende. En las escuelas militares y navales, por ejemplo, los cadetes llevan en su carrera esta formación, se les enseña a mandar, pero antes a obedecer. En la política debe ser lo mismo: disciplina y constancia deben caminar en paralelo para actuar en consecuencia y asumir la responsabilidad del cargo. Alguien que mandaba al diablo a las instituciones y que tuerce la ley difícilmente tendrá los tamaños de un estadista.

Y es que en situaciones de crisis social y económica como la actual, el país demanda un mandatario que concilie, no polarice; que dialogue con todos los sectores, no sólo con sus fieles seguidores; que trace rumbos definidos y no se enterque con proyectos que pueden naufragar. Demanda México un líder fuerte, que no se victimice ante la crítica, que reconozca desaciertos, y que gobierne para todos… como era antes.

Anexo “1”

“Cristóbal” en Yucatán

La tormenta tropical “Cristóbal” que lleva varios castigando con fuertes lluvias a la Península de Yucatán, obligó a activar los planes DN-III-E y Marina de la Sedena y Semar, respectivamente, dos estrategias con que las fuerzas armadas brindan auxilio a la población en casos y zonas de desastre, particularmente ante fenómenos meteorológicos como el que hemos padecido estos días y que impacta a todo el Estado.

Desde 1966 en que nació el Plan DN-III-E, el Ejército ha demostrado que es la única institución (junto con la Armada) capaz de proporcionar apoyo expedito con personal y equipo especializado. Sedena y Semar tienen la capacidad de realizar evacuación de personas, instalar y operar refugios, brindar alimentación y atención médica, restablecer las comunicaciones y efectuar vigilancia para evitar saqueos y pillaje. Es malo el comparativo, pero mientras las autoridades civiles realizan reuniones informativas, hacen sobrevuelos y se toman la foto entregando ayuda, los soldados y marinos protegen los bienes de los afectados y reparten alimentos incluso en áreas de difícil acceso, en ocasiones a costa de sus vidas.

Para cumplir con esta misión, se movilizan tropas, buques y unidades terrestres hacia las áreas críticas; al personal le suspenden vacaciones y licencias y se restringen las franquicias. ¿Alguien se pregunta en esos momentos cómo la están pasando los familiares de los militares, que también son susceptibles de ser afectados?

Un reconocimiento más para estos servidores de la patria.

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