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En entradas anteriores de esta columna mencioné algunas ideas del “Poder de las Palabras”, obra del neurocientífico Mariano Sigman, las cuales postulaban la relevancia de las buenas conversaciones en aras de un cambio positivo en nuestras vidas. Sigman propone 4 categorías de la regulación emocional: distracción, inducción, resignificación y compasión. A continuación, desarrollaré un par ideas más relacionadas con el concepto de compasión.

La persona con la que más hablamos se encuentra del otro lado del espejo. Conversamos todo el tiempo con nosotros mismos. Pero muchas veces no de la manera más amable. Sigman cita en su libro a Dan Gilbert, psicólogo norteamericano que descubrió que las personas experimentan menos alegría cuando su mente divaga en conversaciones mentales porque éstas por lo general están cargadas de ansiedad y frustración. El ser humano encuentra un placer insano en sus obsesiones. Somos capaces de darle un millón de vueltas a una misma idea, a un evento, a una falta, rumiar una y otra vez sobre aquello que no salió bien o que pudo ser de otra manera para castigarnos, autoflagelarnos si es posible. La culpa es también una forma de estar y también puede convertirse en una adicción. Es curioso cómo nos tratamos con la severidad que no utilizaríamos con un amigo. Cuando una persona a la que tenemos estima está pasando por un momento complicado, no lo tratamos con la misma dureza con la que nos juzgamos a nosotros mismos.

La autocompasión, concepto proveniente de culturas orientales, particularmente del budismo, no es en lo absoluto mirarse con autocomplacencia o justificarse. Es simplemente mirarse de una manera ecuánime. En “Druk”, film de Thomas Vinterberg, hay una entrañable escena donde un profesor dialoga con un alumno sobre sus ansiedades: “El concepto de ansiedad de Kierkegaard nos enseña cómo un ser humano lidia con la noción de fallar, y todavía con algo más importante, haber fallado. Debes aceptarte a ti mismo como falible para poder amar a los demás y a la vida”.

¿Cuál es la diferencia entre autocompasión y autoestima? Un estudio de Mark Leavy de la Universidad de Duke (citado también en el “Poder de las Palabras”) ayuda a comprender las diferencias resultantes de su trabajo: las personas con alta “autoestima” se evaluaban así mismas con un desempeño mejor del que habían realizado; los participantes con “autocompasión generaban un análisis de sí mismo mucho más calibrado”.

Uno de los discursos más tramposos de nuestro tiempo está ligado a la autoestima, a la autosuficiencia que no es otra cosa que una huida hacia delante de nuestros errores y de nuestras tristezas. Conceptos como empoderamiento, resiliencia, autoestima, amor propio, se han convertido en una coartada para justificar comportamientos reprobables o para no transitar por aquellos que nos produce tristeza, enojo, dolor. Cuánta gente compartiendo frases motivacionales, “empoderadoras para justificar” sus miserias. Detrás de una imagen con el fondo de un paisaje perfecto que reza que no necesitamos aparentar todo el tiempo. No todos los días nos levantamos sintiéndonos leones, poderosos e irreductibles. A veces sólo tenemos que transitar por aquello que nos afea, pero que nos convierte en seres mucho más interesantes, llenos de matices. Total, no somos tan malos como dicen ni tan buenos como pensamos que somos. Si no falláramos, no existiría la oportunidad de mejorar.

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