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PREDIOS INMOBILIARIOS. Buenos días, estimados lectores. Iniciamos la caza sabatina de gazapos con el invaluable auxilio del batidor incógnito. En el diario de esta casa el hombre localiza un ejemplar y sin pérdida de tiempo lo remite a esta columna. Ahí leemos: “El alcalde de Telchac Puerto hizo ayer un llamado a los propietarios de los predios inmobiliarios a hacer efectivo el pago del impuesto predial”. 

Desde la penumbra nuestro oculto ayudante indaga: ¿Hay predios no inmobiliarios?  Acudimos al Diccionario de la Lengua Española. Predio es heredad, hacienda, tierra o posesión inmueble. Por tanto, en esa frase hay un uso innecesario de palabras, pues, con decir simplemente “predio” se entiende que es un bien raíz, fijo a la tierra, un inmueble.

Con sigilo sacamos la honda de su escondite. Esta vez no usaremos piedras como proyectiles sino algo más elegante. Ponemos una canica de barro en el “cuerito”, jalamos con fuerza las ligas, las soltamos, el impacto es violento y el pleonasmo aterriza a nuestros pies. Guardamos el primer ejemplar del día en la talega y continuamos la cacería.

CANDIDATOS DE LA DELINCUENCIA. En el propio diario de casa el colaborador embozado continúa su exigente labor. Tras intensa búsqueda, el hombre avizora una noticia con un epígrafe dudoso y la dirige hacia nuestra arma. El encabezado dice: “Arranca plan para proteger a candidatos de la delincuencia”. Nuestro auxiliar nos comenta: Con este título, ¡uay!, ya no hay nada que hacer. 

¡Ah!, aquí vemos una expresión poco clara que da lugar a más de una interpretación. Un significado de esta oración es que el plan fue elaborado para proteger a los candidatos y evitar que sean víctimas de la delincuencia; y, por otra parte, también entendemos que ese plan protegerá a los candidatos propuestos por la delincuencia.

Aunque estamos en los impredecibles tiempos de la 4T, plena de caprichos y ocurrencias, no creemos que nuestras autoridades hayan elaborado un plan para proteger a los candidatos patrocinados por las agrupaciones criminales; todo tiene su límite, no hay que exagerar. Se trata, pues, de un vicio de redacción llamado anfibología, merecedor de un fuerte disparo de nuestra resortera.  

Cuidadosamente ponemos dos “barritos” y suficiente pólvora en ambos cañones del tirahule, apuntamos al gazapatón, lanzamos con energía los proyectiles, las canicas se impactan duramente en la cabeza de los “candidatos de la delincuencia” y derriban la pieza; ponemos nuestro trofeo en el sabucán y concluimos la cacería. Mil gracias, mi fiel batidor anónimo.

Hasta el próximo tirahulazo.

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