El libro de los disparates
Felipe Escalante Ceballos: El libro de los disparates
Buenos días, estimados lectores. Continuamos con “El Libro de los Disparates”, de Juan Domingo Argüelles. El autor, nacido en Chetumal y educado en la Ciudad de México (UNAM), ha recibido diversos reconocimientos a nivel nacional en poesía, ensayo y literatura, es coordinador de publicaciones de Conaculta, columnista de temas culturales en los diarios “El Financiero”, “El Universal” y “La Jornada”, así como colaborador habitual de las revistas “Libros de México”, “Quehacer Editorial” y “El Bibliotecario”, esta última, de la Dirección General de Conaculta.
En el prólogo, Argüelles (quien en varios conceptos coincide con la opinión de esta columna CON TIRAHULE) nos dice que todos cometemos errores. “No hay nadie (ni siquiera los gramáticos, lingüistas, lexicógrafos y académicos de la lengua) que no cometa errores”. Esto es muy cierto
Don Juan Domingo igualmente opina que mucha gente dice una cosa creyendo estar diciendo otra. No saber escribir ni leer con cierto grado de dominio es por las deficiencias educativas y también se debe al “analfabetismo funcional”, carente de lecturas.
Como otra razón para no hablar o redactar con propiedad, ese autor señala: “las personas no se acercan a los diccionarios ni por equivocación. Suponen que los diccionarios muerden o algo así” y “dan por sentadas cosas -necedades- de las que no dudan jamás”.
También le toca su raspón a las Academias. El libro que comentamos recoge los desbarres que con mayor frecuencia utilizan los hablantes y escribientes de la lengua española, y hace constar que la Real Academia Española (RAE) y la Academia Mexicana de la Lengua en no pocos casos contribuyen a ello al autorizar la “existencia de ‘mexicanismos’, que no son otra cosa que disparates, barbarismos y caprichos”.
El perspicaz Juan Domingo observa: “Es extrañísimo el comportamiento de la Real Academia Española que, sin renunciar a su antiquísimo lema detersorio o higiénico (Limpia, fija y da esplendor), ahora asegura, curándose en salud, que su diccionario, el célebre DRAE, no autoriza el uso de las palabras, sino que lo refleja”.
A continuación, el hombre emite un feroz comentario contra la RAE: “Bonita manera de salir por peteneras, ya que si su diccionario ha dejado de ser normativo, entonces que renuncie no únicamente a su lema sino también a su insistente
discurso de cuidar el idioma español”.
Y remata con certera opinión: “Aceptar como mexicanismos o neologismos algunos términos que no son otra cosa que errores y barbarismos, ayuda muy poco al uso adecuado de la lengua”. Creo que ya es suficiente acidez. Mejor aquí
lo dejamos.
Hasta el próximo tirahulazo.