Infraestructura, el gran motor del desarrollo y la prosperidad

Raúl Monforte: Infraestructura, el gran motor del desarrollo y la prosperidad

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No es ningún descubrimiento nuevo, se sabe desde hace mucho tiempo, la infraestructura es el gran motor del desarrollo económico, el bienestar y la prosperidad. Invirtiendo adecuadamente en infraestructura es posible impulsar la salud, la riqueza, el acceso a la educación, mejorar la seguridad pública, e incluso ayudar a estar mejor preparados para enfrentar crisis globales como las pandemias y el cambio climático.

A pesar de contar con la receta correcta, la inversión en infraestructura ha estado muy debiltada en las últimas décadas, debido a diversos obstáculos como la carencia de suficientes profesionales calificados para gestionar los proyectos, una disparidad notoria entre las expectativas de los riesgos y la realidad, la galopante corrupción y su inseparable compañera la impunidad, escasez generalizada de proyectos bien sustentados y genuinamente bancables, y un profundo debate acerca del correcto papel del capital privado en proyectos públicos, entre otros obstáculos.

Pero el mundo sigue estando hambriento de más infraestructura, se calcula que la brecha entre la infraestructura que el mundo necesita hoy y lo que en realidad se está inviertiendo en ella, alcanzará los $800 trillones de USD en 2040, por lo que hay un gran trabajo que debe hacerse al respecto para asegurar que se cuente con la infraestructura necesaria.

En los Estados Unidos, el presidente Joe Biden sabe muy bien cómo funciona el asunto, y a pesar de que no consiguió los 3 trillones que perseguía y solamente logró la aprobación de un plan de 1 trillón, ésta será la inversión más grande que se ha realizado en ese país en varias décadas en este rubro, lo que contribuirá a estrechar la brecha, aunque aún es insuficiente.

En otros países persisten ciertos obstáculos a la inversión, en especial por lo controvertido que ha resultado el esquema de inversiones público privadas. Por un lado se reconoce que la participación de capital privado es esencial ante el debilitamiento de las finanzas públicas, de hecho, el Banco Mundial calcula que solamente en los países en desarrollo, desde 1990 hasta la primera mitad de 2018, ha fluido de manera estable tanto capital privado como $1.8 trillones de USD para proyectos de infraestructura, sin embargo, grandes y sonados fracasos han opacado el entusiasmo inicial de las asociaciones público privadas, y han derivado en un debilitamiento de la confianza e incremento del escrutinio público sobre este tipo de proyectos. Otro gran cáncer es la corrupción, de acuerdo con un estudio de Transportation Research, entre 2009 y 2014, la corrupción infló los precios de los proyectos de infraestructura entre un 30% y 35% en regiones de Europa consideradas de alto riesgo de corrupción.

En México, como en muchos otros países, hay una carencia generalizada de carteras de proyectos bancables, robustos, bien elaborados y sustentados, que atraigan de manera natural a las fuentes de financiamiento tanto privadas como públicas. Recordemos que ninguna empresa quiso aventurarse con la refinería de “Dos Bocas”, ni hubo inversionista que adoptara al “tren maya”.

La infraestructura será ese gran motor, si se gestionan los proyectos adecuadamente de principio a fin.

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