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Desde que tengo memoria, tengo una debilidad por los colores de nuestra bandera. No sé exactamente como se forjó, pero nunca me ha sido indiferente verla. Muchos años antes de que tuviera una ligera oportunidad de saber lo que en realidad significaba, yo ya sabía que amaba a mi país. Y en realidad no debería de ser motivo de sorpresa. Vengo de una familia que vibra con sus colores y que ha sabido levantar la voz y el corazón para mostrarle su amor incondicional.

Yo crecí en una familia que disfrutaba de sus tradiciones, que se reía con su particular sentido del humor, en el que mi madre preparaba el mejor pozole cuando se acercaba septiembre y mi padre le escribía canciones de amor a su tierra y a su gente. Yo ya amaba este país mucho antes de entender de sus complejidades. De aprender de su compleja y sufrida historia. De descubrir sus injusticias, su desigualdad, su miedo. De cultivar diferentes maneras en las que nos es posible a todos —a ti y a mi— navegar en el complicado mosaico de realidades que lo componen. Este proceso de descubrimiento no es corto, ni fácil, ni finito. Es como una cebolla que puede hacerte llorar y que no terminas de pelar nunca. Por cada camino iluminado en el que se respira esperanza y oportunidad aparecen también las nubes en el horizonte con olor a tormenta y parecen no disiparse nunca.

No voy a tratar en estas líneas de contarte lo que tú ya sabes o de intentar convencerte o justificar mi postura ante lo que estamos viviendo hoy en día. Mucho menos en estos días en los que abundan quienes buscan solamente tener la razón más allá de entender las implicaciones reales de la nueva ruta a la que nuestros gobernantes buscan dirigir a nuestro país.

No existe mejor combustible para el miedo que la incertidumbre y, sin duda, hoy en día en este país atravesamos por el período de mayor incertidumbre desde hace no sé cuántas décadas. Estamos inciertos acerca del destino al que nos dirigen, pero no tengas duda, este es un viaje que queramos o no, vamos a tener que cumplir todos juntos. No importa si estás a favor o en contra, no importa si apoyas las propuestas o no, es más, no importa si confías en que las decisiones que toman los gobernantes son realmente para beneficiar al país o para destruirlo. La realidad es esta: estamos juntos en esto y navegaremos juntos con nuestros diferentes puntos de vista hasta alcanzar nuevamente tierra firme.

Probablemente, yo sea la persona menos indicada para pronosticar cuándo podremos dejar la incertidumbre atrás. Cuando finalmente dejemos de caer en las perversas trampas que nos dividen y nos enfrentan. Lo único que te puedo decir con certeza es que sea lo que sea el obstáculo que venga en nuestro camino, lo vamos a tener que superar o sufrir juntos.

No olvides que el país no es el gobierno ni los partidos, ni mucho menos los políticos. Porque a ellos poco les importa lo que vives, lo que opinas o lo que apoyas.

En estos tiempos de festejos inciertos, no queda más que abrazarnos a la idea que tenemos de nuestro país, recordar su resiliencia, su espíritu imbatible y su tenacidad para superar adversidades una y otra vez. Nos queda ser congruentes, ser empáticos, ser proactivos. Cada quien, desde su lugar, con su alcance y sus posibilidades, hacer lo que nos corresponde.

Nuestro único camino, nuestra única defensa. Hacerlo juntos. ¡Viva México!

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