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Siempre en la vida nos encontraremos con una verdad ineludible: no todo tiene explicación. Desde pequeños, buscamos respuestas a cada pregunta, intentamos comprender por qué suceden las cosas de la manera en que lo hacen, anhelamos un sentido para lo que experimentamos. Nuestro crecimiento entonces se va forjando alrededor de esas respuestas, de indentificar la realidad de lo que significan.

El mundo nos enseña que siempre hay una causa y un efecto, que todo tiene un porqué, que dos más dos son cuatro, que la realidad se construye bajo una serie de normas y reglas que explican el porque de las cosas… pero la vida, en su forma más cruda, no sigue siempre esa lógica. Hay eventos que ocurren sin un motivo aparente, situaciones que se escapan de nuestro control y que simplemente no encajan en ningún esquema racional. Y es en esos momentos, cuando la frustración se acumula y las explicaciones nos abandonan, que debemos aprender a vivir sin respuestas.

No sé cuantas veces luché por encontrarle sentido en lo que me rodeaba. Buscaba justicia en situaciones injustas, lógica en lo irracional, y me aferraba a la esperanza de que algún día entendería el por qué ocurrían las cosas de la forma en la que lo hacían. Pero esa búsqueda constante me dejó más agotado que satisfecho. No porque no merezca respuestas, sino porque, a veces, esas respuestas simplemente no existen.

Hay situaciones que simplemente no son justas, personas que entran y salen de nuestra vida sin dejar una exUna vida sin explicaciones plicación clara, planes que se derrumban por nada y puertas que se cierran sin previo aviso. Aceptar que no todo tiene sentido no es una derrota, es un acto de liberación. Liberarse de la necesidad de controlarlo todo, de pretender que tenemos una respuesta para cada cosa que nos ocurre.

La vida nos ofrece sus propias enseñanzas, muchas de ellas a través del caos, la incertidumbre y la falta de lógica. Aprender a vivir con eso es aprender a soltar. No todo tiene que tener una razón para suceder. A veces, simplemente sucede, y la paz se encuentra en aceptar que hay cosas que jamás comprenderemos del todo.

Es natural, lógico, comprensible, el querer encontrar esas respuestas. Hay quien invierte toda su vida en ello. Queremos que todo lo que nos sucede tenga un propósito, una lección que nos haga sentir que todo tiene un fin determinado. Cuando en realidad las lecciones más profundas no siempre vienen con una explicación clara. A veces, el aprendizaje es aceptar el desorden, la incertidumbre y el vacío que deja la falta de sentido.

Vivir sin respuestas absolutas no es fácil. Requiere un acto de fe, no en un destino preestablecido, sino en la capacidad de adaptarnos y seguir adelante a pesar de la incomprensión. Al final, la vida no siempre será clara ni lógica ni comprensible, pero nos ofrece la oportunidad de crecer, de aprender a fluir con lo inexplicable, y de encontrar paz en la aceptación.

No todas las preguntas tienen una respuesta. No todo es justo. Aprender a vivir con eso es parte de la libertad que la vida nos ofrece.

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