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Las máscaras de la fiesta, la hipocresía, la doble moral y el provincianismo nos reunieron alrededor de 2006 en un sitio improbable: las cantinas de Mérida. Bajo el sol naranja y ardiente que les confería a las calles un aura marciana, caminaban Carlos Martínez Rentería y JM Servín en busca del mítico “botanero” yucateco, oasis de libación gastronómica necesario para sobrevivir en una tierra olvidada de Dios y del resto de la república: Yucatán.

Su presencia tenía una excusa más que pertinente. La presentación de un número especial de la revista Generación titulado -no sin cierta ironía- “El Carnaval de la decencia”, que hablaba de todo lo que se esconde detrás de la aparente algarabía, la otra fachada del bistec carnestolendo, el Lado B de los supuestamente muy conservadores habitantes del sureste mexicano. Gracias a Joaquín Peón Íñiguez se pudo realizar el inusual número que, de alguna forma, constituyó un hito entre los jóvenes escritores de la localidad.

Y es que, hasta ese momento, pocas revistas nacionales habían tenido la apertura de ser incluyentes y receptivas ante lo que se escribía en el interior del país en una nación dominada por las letras asadas del norte y los eminentes huaraches del centro. El mérito no es poco para Martínez Rentería, que ya desde entonces dirigía una publicación legendaria tanto por el tratamiento de sus temas como por su longevidad a prueba de presupuestos y administraciones.

Como editor de una revista cultural, me consta que no es nada fácil sostener una publicación de calidad y menos cuando los temas, en el caso de Generación, son provocadores -por decir lo menos-. El diálogo abierto en torno a las manifestaciones contraculturales, en ese sentido, ha tenido en la revista un refugio, lo mismo que los creadores, periodistas y escritores que hemos encontrado en sus páginas algo cercano no a un hogar, sino a la barra de un bar donde uno charla con el cantinero de sus confidencias o, con el amigo, de sus afinidades electivas.

En un medio que continúa dominado por la élite, las mafias literarias y las capillas artísticas, celebro que Generación todavía mantenga un diálogo horizontal con sus lectores y colaboradores, haciendo accesible a todo el que así lo desee, sin importar la edad cronológica, un atisbo a la degeneración que nos gusta tanto en el arte como en la cultura. La mano temblorosa -aunque firme- del también poeta “Carlitros” Martínez Rentería así lo garantiza… ¡Larga vida a todos los de-generados!

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