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Este martes, el presidente López Obrador presentó un folleto con el que se promocionará el avión Boeing TP01 “José María Morelos”, valuado en 130 millones de dólares, que se ha negado a usar. Un año estuvo en Estados Unidos, pero al no haber compradores volverá a México bajo custodia de la Fuerza Aérea Mexicana, mientras se vende.

Una mala decisión que se contrapone a su política de austeridad, pues la nave genera gastos sin que se obtenga provecho. Se informa que el gobierno mexicano ha gastado 1.6 millones de dólares por su permanencia en la compañía que lo fabricó en Victorville, California, sin poder concretar su venta. A ver si aquí, en subasta, logra deshacerse de “la aeronave más emblemática del continente”, una de las frases con que la promocionan.

Este hecho me trae a la memoria un episodio sobre los últimos destructores de la II Guerra Mundial, los estilizados clase Fletcher, que tuvo la Marina mexicana desde los años 70, convertidos aquí en buques escolta: El Cuitláhuac (E-02 en el Pacífico) y su hermano, Cuauhtémoc (E-01), en el Golfo de México.

Su eslora era de más de 114 metros, manga de 12 m, y su velocidad máxima 35 nudos. Estaban artillados con 5 cañones de 5 pulgadas (127 mm), 10 tubos lanzatorpedos en dos torres de 5 tubos cada una, dos racks de cargas de profundidad, 8 cañones de 20 mm, de 6 a 14 cañones de 40 mm y varios morteros antisubmarinos.

La Fletcher fue la clase más grande y exitosa de destructores ordenada por la Armada de EU, dotados con el armamento más poderoso para su tiempo. Se movían por medio de máquinas de calderas, lo que hacía (en el último cuarto de siglo pasado) un poco costosa su operatividad, pues se transitó al combustible diésel. Conocí el Cuitláhuac arrejerado al muelle de la base naval de Icacos, en Acapulco, donde eran comisionados los marinos que esperaban el arribo de sus unidades, una especie de barco-hotel, y en alguna ocasión estuve a bordo, como parte de sus más de 300 elementos de tripulación.

El caso es que, para abaratar el costo de su operatividad (en todas las épocas los gobiernos han hablado de austeridad), el mando de la Semar decidió cambiarlo de base a Manzanillo, donde Pemex tiene una terminal marítima, para evitar que periódicamente fuera desde Acapulco a repostar combustible, que coloquialmente se le llamaba “chapo”.

Una decisión acertada, pues el Cuitláhuac, último Fletcher en servicio (ex USS John Rodgers), siguió cumpliendo operaciones hasta que fue dado de baja por la Armada de México en 2002. El barco fue desmantelado en el puerto de Lázaro Cárdenas, de 2010 a 2011.

Regresando al avión presidencial, sin duda es una fuga de recursos para el erario ante una decisión que se antoja capricho del Ejecutivo por no utilizarlo, pues sus múltiples giras podrían ser más ágiles y evitar contratiempos como los que ya ha tenido al desplazarse por carretera. Pero, él lo dice, es terco y nadie le hará abordar un símbolo del neoliberalismo.

Anexo “1”

“Día de gloria”

Mario Jesús Gaspar Cobarrubias, egresado de la Facultad de Ciencias y Técnicas de la Comunicación de la Universidad Veracruzana, investigador de la historia naval, refiere así  un episodio relevante de los buques escolta en México:

“El 23 de marzo de 1978, (el “Cuitláhuac”) escoltó al presidente José López Portillo, en su viaje a la isla Socorro (archipiélago Revillagigedo). El mandatario viajaba a bordo del ARM Cuauhtémoc, acompañado de los transportes Tehuantepec y Usumacinta. El día anterior, la flota había zarpado desde Cabo San Lucas, Baja California. Desembarcó acompañado del secretario de Marina, almirante Ricardo Cházaro Lara; el secretario de Defensa, general de división Félix Galván López, y otros importantes funcionarios. Su propósito era reconocer las obras de la base aeronaval construida en el paraje llamado Los Helechos. El día 24 hubo una revista naval con las embarcaciones y un emotivo mensaje radiofónico a todo el personal naval, por parte del presidente.

“Durante esa travesía, todos los barcos realizaron prácticas de tiro con sus cañones de superficie, tiro antiaéreo con sus montajes de ametralladoras, más las armas de 40 y 20 mm, sobre objetivos luminosos suspendidos por paracaídas”.

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