El suicidio, hay que gritarlo

Emma Isabel Alcocer: El suicidio, hay que gritarlo

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No es suficiente tener un Día Mundial para la Prevención del Suicidio cada diez de septiembre, tampoco que quienes se ven afectados por este problema lo analicen y lo aborden desde todas las perspectivas posibles.

Está claro que el suicidio es un tema de salud pública, uno que cala y fractura nuestras más sensibles entrañas; una herida que nunca deja de sangrar, por mucho que la tratemos de olvidar.

El suicidio existe desde que el hombre mismo comenzó a definirse como tal sobre la faz de la tierra; así que, antes que nada, debemos pensar, que es algo que está presente desde siempre, no para dejar de afectarnos por él o minimizarlo, sino para poder investigarlo con el debido detalle y calma.

Merece ser un asunto de análisis multidisciplinario, donde psicólogos, antropólogos, sociólogos, estadistas, especialistas en salud, familiares de las víctimas y para suicidas intervengan para abordarlo con mayor precisión e integralidad.

Poco se habla de él, es un hecho que se calla, se habla por lo bajo, es, aún hoy en día, un tema tabú y esto, definitivamente, no ayuda, sino entorpece su análisis, e incluso, puede ser que precisamente el hermetismo con el que se trata el tema sea una de las causas principales de su rápida propagación y permanencia en el panorama de la humanidad; sólo me atrevo a proponerlo; asegurarlo sería imprudente de mi parte; lo cierto y lo grave es que, en el mundo actual, cada cuarenta segundos una persona se priva de la vida.

En México resulta un problema de salud pública prioritario, hacen falta programas que aborden el tema dentro de la estructura obligatoria y básica de la educación.

Yucatán, históricamente, ha sido la tierra del faisán, del venado y del suicidio; llevamos un récord de oscuridad que no nos permite salir de los primeros puestos en el ranking nacional de índice de suicidios al año.

Existen improntas culturales que favorecen su ejecución: nuestros ancestros mayas lo consideraban una práctica social, religiosa e ideológicamente aceptable. Y nuestro clima y entorno natural también aportan el escenario idóneo para su ejecución; está comprobado que los climas extremos propician baja tolerancia a la frustración y un efecto adverso en nuestra química cerebral.

Todo lo anterior, son sólo aproximaciones que buscan poner, de forma urgente, el tema del suicidio sobre la mesa de nuestra sociedad, abrir un diálogo serio entre los expertos que pueden aportar soluciones a este problema y movernos a reflexionar sobre los múltiples factores que intervienen en él.

No soy una maestra o especialista en salud mental, no he tenido la desdicha de perder a alguien así, de forma cercana, pero sí siento que es mi responsabilidad utilizar este espacio para decir que debemos dejarnos de tapujos y susurros, el suicidio debe ser abordado con voz fuerte; enrollarnos en la congoja y compasión cuando escuchamos que alguien se quitó la vida, poner mensajes de aliento y solidaridad en las redes a los familiares que sufren por la pérdida de un ser querido de esta forma, no es ni remotamente suficiente, es, incluso, innecesario porque nada te saca de la desolación de estar en medio de esa tragedia; pero, como sociedad, hablarlo, analizarlo integralmente, exigir que se nos eduque en torno a él y gritarlo para que se levante el velo oscuro de vergüenza que lo rodea, es VITAL.

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