Cuando sólo importa que vuelva
Verónica García Rodríguez: Cuando sólo importa que vuelva
Esta semana les comparto una historia extraordinaria, de aquellas cuyas escenas, e incluso párrafos completos, se te quedan en la memoria. Una novela que a pesar de haberse publicado en los años 60, tuvo su boom comercial a comienzos del siglo XXI, cuando una maestra fue despedida por proponer su lectura en el salón de clase. Por supuesto, me refiero a Aura, del escritor mexicano Carlos Fuentes.
“LEES ESE ANUNCIO: UNA OFERTA DE ESA NATURALEZA no se hace todos los días. Lees y relees el aviso. Parece dirigido a ti, a nadie más...”.
Esta breve novela nos transporta al centro histórico de la Ciudad de México, específicamente, a la calle Donceles dónde nos hace entrar con Felipe Montero a una casa absolutamente oscura, en la que Fuentes pone a prueba nuestro sentido del oído y del olfato. Sentimos la humedad de aquella casa vieja y subimos las escaleras siguiendo la voz joven de Aura hasta la habitación de doña Consuelo, una anciana, dueña de la casa, quien recostada en la cama, junto a un conejo blanco, nos da las siguientes instrucciones.
“Cierras el zaguán detrás de ti e intentas penetrar la oscuridad de ese callejón techado — patio, porque puedes oler el musgo, la humedad de las plantas, las raíces podridas, el perfume adormecedor y espeso—. Buscas en vano una luz que te guíe. Buscas la caja de fósforos en la bolsa de tu saco pero esa voz aguda y cascada te advierte desde lejos: —No… No es necesario”.
Somos, pues, Felipe Montero, ya que una de las cosas que hace extremadamente entrañable la lectura de Aura es que su historia es narrada en segunda persona. El narrador se dirige a nosotros, los lectores, como si fuéramos el protagonista y, de esta manera, nos sentimos más compenetrados en cada suceso de la narración.
Con Felipe Montero, nos quedamos a vivir en la misteriosa casa, requisito expreso para que le dieran el trabajo, y vamos descubriendo la historia del General Llorente, fallecido años atrás, mientras Felipe traduce su diario. Descubrimos el amor del General y doña Consuelo Llorente, la anciana que habita la casa. Y así, mientras Felipe traduce, crece su curiosidad —y también la del lector— por la sobrina de doña Consuelo, el único punto de vida en ese lugar, esa muchacha siempre vestida de verde, quien sólo por momentos la ha visto en medio de la oscuridad. Esa muchacha que se llama Aura.
No sé en realidad si Aura es una novela breve o un cuento largo; no sé si es una historia de misterio, de terror, de un profundo amor o, quizá, todo lo anterior. Pero nos recuerda nuestro miedo a envejecer, el dolor de separarnos de nuestros amores y nos despierta, como lo hizo Ghoete con Fausto Wilde con El retrato Dorian Gray, la impotencia de confrontar el paso del tiempo.
Aura nos hace sentir que los reencuentros pueden darse, sin importar las distancias, el espacio o el tiempo. Basta con que lo deseemos y dejemos que nuestra Aura busque y siga brillando más allá de nosotros, sin importar el modo, con la única justificación del amor